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Mariano Macz

Guatemala: la mirada perdida del deportado

 

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Esto lo vi un viernes por la mañana el que, como cualquier otro, la intensidad de la jornada solo incita a iniciar el fin de semana lo más pronto posible. De pronto, una llamada:

“me acaban de informar que viene un vuelo con deportados, muévase para la fuerza aérea”.

Llegó diciembre y como lo sabrá todo aquel que ha estado en una sala de redacción para fin de año, las coberturas son escasas. Hay que rascar la olla para poder tener información.

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Es un día de fin de año como cualquier, frío, con viento de Norte a Sur o de Este a Oeste, no lo sé, pero sí siento que es aún más frío y para rematar el siempre tedioso trafico de fin de año.

Llego a la oficina de migración, continúo a la fuerza aérea guatemalteca sobre la avenida hincapié, en la zona 13, como quien dice, voy a la puerta de atrás del aeropuerto. La de servicio.

Es una puerta cualquiera, negra, oxidada, insignificante. No imaginás que adentro está la recepción de deportados. Busco ubicarme, todo está por comenzar. Ves que alguien en la puerta ofrece cambiar dólares o trasporte “económico” para las terminales de buses más cercanas. Él te dice que por ahí salen.

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Luego de identificarme logro entrar, atravieso esa puerta oxidada para caminar sobre un pasillo que lleva a una puerta de vidrio. Dentro, un salón con varias sillas y múltiples ventanillas. Parece una agencia bancaria.

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Me indican que pronto arribará el segundo vuelo, (de tres que llegarían en ese día) con deportados. En punto de las 11 de la mañana, el supervisor de migración da el aviso a los delegados: el avión está descendiendo, en cuestión de minutos comezará todo.

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Sigo de pie, en la puerta que da de la sala de espera con aspecto bancario. Al mirar hacia la pista del aeropuerto La Aurora, veo como desciende del avión el grupo de personas que no pudieron cumplir su tan anhelado sueño americano. En su mayoría hombres, quizá entre los 19-35 años, se ven jóvenes. Además, un grupo pequeño de mujeres, de una edad similar a la de los hombres.

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Todos presentan un mismo perfíl. Tienen en común la mirada perdida, están derrumbados, exudan vergüenza por regresar de esa manera a su país. Se cubren el rostro con las ropas que traen puestas. Ellas además, tratan de que la fuerza del viento no les alborote el cabello.

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Mientras tanto, me pasa en la mente, qué pasaría si estando ahí, esperando que terminen de bajar, a lo lejos reconozca a alguien que hace mucho tiempo no veo, un tío, un primo, el hijo de la vecina que decidió probar suerte e irse de mojado o hasta la posibilidad de conocer en esa situación a mi papá. Seguro no sería la situación mas fácil ni la más cómoda.

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Finalmente el grupo de 60 personas ingresa a la sala. Al dar el primer paso, como si de una sincronización se tratara, suenan en las bocinas las notas de la marimba. Se escuchan las melodías mas alegres ,como que si de una fiesta se tratara. Aunque, según el discurso de la delegada de migración, quien los recibe, sí se trata de una alegría. Desde mi punto de vista los recibe sin empatía con un discurso absurdo, uno que nadie en esa situación quisiera escuchar.

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“Bienvenidos a su país, de aquí nadie los va sacar”.

“Si no comieron tamal el 25, vinieron en buena fecha para comerlo el 31”.

“No sientan miedo, que aquí estamos para protegerlos”.

Como que si no tuvieron razones suficientes para decidir irse del país. Después de la charla poco motivacional, tienen que verificar la entrada al país, les dan una pequeña refacción, les devuelven las cintas de sus zapatos y una pequeña maleta que lograron recuperar después de que los agarrara “la migra”.

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Si el escenario anterior les pareció difícil, no es así. Ahí solo empieza la cosa, al salir se enfrentan con personas que les ofrecen cambiar los dólares con una tasa poco favorable. Si tienen más de 10 años sin regresar a Guatemala, se enfrentaran a una nueva ciudad. Todo ha cambiado, incluso la manera de transportarse ya no es la misma.

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Existen distintos grupos de apoyo para personas retornadas, pero por lo que han vivido, confiar no es una cualidad que quisieran tener, menos cuando están regresando a “su” país, el que ahora es un perfecto desconocido.

 

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