Julia Guzman

Mamá, me dan miedo los callejones oscuros

A veces detesto ser mujer. No es porque no tengo nada que ponerme o porque una vez al mes siento que la humanidad apesta. Es por todas las cosas que tengo que pensar antes de salir o incluso, las que no puedo hacer si salgo con amigas.

Tengan en cuenta que yo podría caer perfecto a la definición -niña de su casa- porque no suelo salir ni a la tienda si no va un adulto conmigo, no he ido a un bar a mis 19 años de vida y ni siquiera he salido con un hombre. Creo que todavía estamos a tiempo de meterme al convento.

El caso es que por todo eso, cómo mi hermana diría, me falta barrio. Y suelo estar muy nerviosa con andar en la calle muy noche o incluso, ir a comer con mis amigas sin un adulto.

El viernes pasado fui a comer con unas amigas y a una de ellas no la llegaban a traer. La regla de oro entre mujeres es que ninguna se puede quedar sola. Mi mamá ya estaba conmigo y tuvimos que esperar a que el hermano de mi amiga llegara. Esto no hubiera sido tan importante si no fueran pasadas las ocho de la noche.

Para no hacer el cuento muy largo, salimos una hora después y terminé llegando a mi casa pasadas las 10 de la noche. Mientras íbamos en camino tuvimos que pasar por unos callejones para llegar a la calle principal.

En esos callejones había un semáforo y había ciertas personas que no se miraban sobrias. No sé si es con todos, pero lo que hace mi mamá es revisar que las puertas estén cerradas con llave y las ventanas cerradas. Aun así el carro no estaba polarizado y los hombres nos miraban.

Nunca olvido el sentimiento que llego a experimentar cuando siento que los hombres me miran. Es ese sentimiento de mirar hacia otro lado, no hacer caso a las cosas que te llaman o te dicen y rezar para que pueda salir rápido de esa situación. Llego a culpar a todos, a mi mamá por no tener los vidrios polarizados, a mi por usar un vestido, una falda o incluso por arreglarme y hasta al semáforo que no da vía rápida para salir de las calles oscuras.

Puede sonar ridículo y todo lo que quieran pero ese día llegué a mi casa y me puse a llorar.

Tenía esa horrible culpa y juraba que nunca más iba a salir de noche. Claro que se le puede echar la culpa a los anticonceptivos que llevo tomando dos meses y también a mi mamá que decía que por eso no debíamos salir de noche y ofreció una regañada.

Al día siguiente lo reviví en la mente y me sentí ridícula. No entiendo porque debo sentirme mal o culpable, por la ropa que uso o por lo tarde que salgo. Y me enoja saber que tengo que tener estas precauciones porque en el país en el que vivo, la violencia contra la mujer es el pan de cada día.

Esto no es algo que haga para quejarme y decir ¡qué odioso es ser mujer!, porque sé que a algunos hombres les puede pasar. Sé que por ser hombre igual te pueden asaltar o dar un susto pero es menos frecuente a las veces que una mujer tiene que pasar por eso.

Probablemente, para mí fuera solo una mirada lujuriosa, para otra mujer pudo ser un grito obsceno o que le pegaran en la ventana del carro. Son esas cosas que podrían parecer pequeñas pero que en realidad le dejan a uno su huella.

Pero igual eso no nos detiene a salir a disfrutar, trabajar o estudiar. Cómo diría Nairobi, en la Casa de Papel -da mucho miedo volver a casa sola, pero una continúa haciéndolo. Coge el miedo de la mano y a seguir viviendo-

Porque, a pesar de lo que yo viví esa noche y lo sentí terrible, no voy a dar el gusto de voltear cada pocos segundos sobre mi hombro sintiéndome insegura o voy a dejar que un momento de minutos, me amargue el recuerdo de pasar un agradable tiempo con mis amigos que no había visto en mucho tiempo.

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