Intrascendente

Volteo las páginas de los diarios y la herida se hace mucho más grande, profunda, como hecha por una daga que atraviesa mi ser.

LOCURA A MEDIAS
La penumbra dibuja el rostro sereno que tienes en este momento. Una sombra acurrucada en la esquina da la impresión de un sueño que quiere convertirse en pesadilla. La locura del viento se quedó perdida en los patios del desamor y encuentro tu aroma bañando el drama de mi esencia. Uno de miles de piezas, pero no logro armar nada coherente y prefiero perder la mirada en tu ojos de tonalidad oscura.

Tu pelo me envuelve como un remolino inquieto y travieso; las manos se acomodan en el talle que me provoca un vértigo intenso. Advierto que estás más cerca que nunca, que tu calidez enciende una fogata de sensaciones y termino quemándome. El libro no lo leíste completo, entonces espero que en la última página aún exista el misterio que somos los dos.

Entiende, no hay principio ni fin, solo fragmentos de muchos sabores. Delirios de sal, locuras de azúcar, eternidades con sabor a capuchino. Vaya descontrol. El vidrio está roto, pero la imagen se mantiene fija, como aquellas figuras de cera de los famosos. Me escondo del día, de la soledad de la noche, del tormento de la ausencia de quienes no están conmigo. Vuelvo a lo mismo, qué más me queda. Si es un círculo vicioso del cual no puedo escapar, solo dejar de percibirlo por unos instantes.

Es difícil y complejo. Estás, no estás, te quedas, te vas. Pero si pasa todo eso, en su momento será todo lo contrario, como el fantasma del cariño que te tengo. Pero no hagas caso, la palabra se hizo para decirla, y las letras para quedar grabadas, como tu sonrisa en esta mente que no puede y no quiere dejar de pensarte, pese a que muchas de las veces pareciera que no estás en ella incluida. Déjame la locura, pues en ella convives, como un soldado en la guerra, como tus labios en los míos, como tu piel en el fuego de mi cuerpo. Así de sencillo.

SOLEDAD COMPARTIDA
Te convertiste en el pan y el agua de mi vida. Me alocaste de tal manera que me perdí entre tus rasgos eclipsados. Me bebí tu piel a sorbos, y conté las noches de frenesí.
Apuraste un día el desayuno. Me apuraste a mí, te apuraste tú. Terminamos ahuyentando los fantasmas de la vida con señales de humo telegrafiadas.

Resolvimos quedarnos juntos porque, así de lejos, se nos congelaban los pies y las manos impacientes susurraban caricias que disimulaban los tedios del vacío, del viento, del martirio.

Asomaste por la ventana y me tiraste una manzana. Era para la refacción, dijiste. Yo no te oí, pero igual, como predispuesto para eso, la devoré cerca de las 11 am.

En la oficina los papeles reflejaban la espera eterna para poder sentirse necesarios. La silla me está matando porque el respaldo se cae y ahora el indescifrable silencio de los rostros conocidos, pero ajenos, se clava en la torre más alta del ego disminuído.

Una hoja se cae de la pequeña bolsa, la que, según me dijo el sastre, era secreta. Y ahora resulta que tú, mujer de mi vida, la encontraste para hacerla el espacio perfecto para recalcarme que me amas y para que no olvide que lo haces.

Yo solo dibujo una sonrisa y escondo el cuerpo del delito. Veo hacia abajo y descubro los zapatos color marrón abochornados por el polvo de las calles. Me aflojo la corbata y sigo jugando con el papel que me escribiste, pensando en todo lo que uno llega a hacer cuando siente algo por ese ser que termina acomodándose en tu vida y quiere hacerte su hogar.

Presumo que piensas en mí. Cómo no vas a hacerlo. Los papeles siguen acumulándose en el frente de mi escritorio. Sigo haciéndome el loco, uno más, uno menos, qué más da. Las horas se diluyeron como fósforos con el viento soplando fuerte. Me largo de aquí, camino unas cuadras y, de un brinco, me subo al bus. Me siento joven. En esta época llegar a los 25 es vivir demasiado.

Ya en el armatoste en el que te cobran un billete, me acomodo. ¡Maldición! se suben unos “largos” y nos quitan el aliento. El papel con el que jugué toda la mañana se me
escapa de los dedos. No te volveré a ver.

INTRASCENDENTE
Estoy frente a la tele y transmiten un partido de futbol local. Me desangro por dentro. Pienso en la locura de la lucha de los sufridos maestros y recuerdo que nuestra educación no es, ni por asomo, de gran calidad.

Volteo las páginas de los diarios y la herida se hace mucho más grande, profunda, como hecha por una daga que atraviesa mi ser. Escucho los discursos de los presidenciables de los distintos partidos políticos y es como si un vampiro se hiciera un monstruo insaciable.

Desde mano dura, hasta préstamos para comprar licuadoras, son las promesas. Pasando por la frase de que la pobreza es un mal negocio (la de quién habría que preguntar) y que usted ya nos conoce.

Regreso a la realidad y veo a dos equipos que quieren, pero no pueden, que intentan, pero no saben cómo. Me ahogo por la tos que me está fastidiando desde hace rato, tuberculosis es, dice el chiste.

Es la ley de la selva. Me pongo a pensar en el dueño de la tienda que está a casi media cuadra de acá, y se me llena de rabia el alma al saber que por no pagar el impuesto lo
mataron a balazos, y que aquí nadie hace nada. Estamos diezmados, como esos dos que pelotean y de cuando en vez logran ilusionar a los pocos creyentes de este decadente balompié chapín.

Me rasco la cabeza y recuerdo aquella noticia del accidente que provocó uno de los tantos buses que circulan por las carreteras del país. Es increíble saber que un vehículo de
estos funcione amarrado con alambre y con pedazos de hierro, sin llantas adecuadas, poniendo en peligro (como si ahora valiera algo) la vida de los guatemaltecos.

La pelotita sigue rodando en la alfombra verde del Mateo Flores, ese al que tanto costó que lo rejuvenecieran para que los inconformes le arranquen la piel. Pero, a quién le
importa un pepino esto…

Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:25
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