¿Por qué elegí no responder?

Los cumpleaños siempre nos dejan algo para analizar.

Siempre he ido por la vida creyendo que las cosas hay que decirlas a la cara y que es una falta de respeto ghostear o dejar de hablarle a alguien sin explicación, sea tu amante o tu amiga. Me molesta, porque a mí me lo han hecho y no hay nada peor que vivir con la duda de qué carajos hiciste mal. Pero, ¿merecen todas las personas una explicación?

Pienso esto mientras edito uno de los textos del día y mi teléfono suena. En la pantalla aparece el nombre de mi papá y, después de dudar un segundo, le doy la vuelta para que deje de sonar. Es el día posterior a mi 33 cumpleaños y supongo que quiere felicitarme, pero no tengo tiempo de averiguarlo.

Es un día cargado, pero si no lo fuera, tampoco hubiera respondido. No lo hice cuando llamó el mes pasado… y tampoco el antepasado. Dentro mío sé que, de responderle, no voy a poder aguantarme y le voy a decir unas cuantas verdades que nos van a doler a los dos. También sé que si lo hago será la última vez que hablemos.

Vuelvo a ver la pantalla del celular y me niego a arruinarme la fiesta. La pasé tan bien ayer en una celebración improvisada en casa de mis tíos y me voy a ir de viaje el fin de semana. Por primera vez, en no sé cuánto tiempo, vuelvo a respirar, a estar tranquila. Sí, probablemente aún tenga cosas que decirle, pero ¿valdrá la pena?

Soy la primera en decir que los problemas no desaparecen solo porque no hables de ellos. Sin embargo, una conversación, a su edad, y a la mía, poco podría arreglar. En un mundo perfecto, me gustaría escuchar un disculpa pero, aún si, no sé si la dirá de corazón o si realmente me ayudará a sanar.

No quiero hacer más largo el cuento de los daddy issues, que ya he escrito bastante en este espacio. Sí, mi papá no estuvo cuando yo lo necesitaba y su cobardía me hizo daño, pero no todo ha sido malo.

Tengo una mamá increíble, y unos abuelos que me amaron profundamente. Mi tío Jorge se ha portado conmigo como un papá, mi tío Herbert no se fue de este mundo sin darme consejos, mi tío Haroldo pregunta cada noche si llegué bien y mi tío Armando me llevaba a mi casa cuando salía tarde de la U.

Durante mi adolescencia (y buena parte de la edad adulta) eché de menos tener hermanos; digo unos con los que de verdad tuviera una relación. Sin embargo, si veo a mi alrededor están mis primos y a esas amistades que, con el tiempo, se han convertido en mi familia y me hacen sentir parte de la suya con cada pequeño detalle.

Me gustaría decirle a la Priscilla de 7 años que está soplando la velita que no, que nunca va a tener esa foto perfecta en la que salen su mamá, su papá y sus hermanos. Sin embargo, tarde o temprano, todo se irá acomodando para ella, y un día verá que tiene más cosas que agradecer que reprochar. I count my blessings.


 

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