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SEMPITERNO...
...
Le encantaba salir a tomarse un licuado de frutas. Ver aquel vaso transparente que en su interior se llenaba de un color rosado, y que sudaba debido al frío intenso de los hielos molidos, cual escarcha, que saciaría su sed.
Se sentaba y leía un libro. Se ahogaba en la historia y de sorbo en sorbo el jugo, mezcla de sandía, fresa y moras, iba desapareciendo.
Avanzaba con desmedido apetito las páginas y él disfrutaba la vida. Esa era una de esas pequeñas cosas que lo hacían vivir intensamente.
Abrazar a su mujer, pasear a su querido nene, si la mascota, un pequeñín con genes de gran danés y labrador. Hermoso.
Respirar el aire puro, hacer ejercicio para intentar mantener su cuerpo delgado, ágil, porque pensaba que siempre vale la pena estar avispado por si alguna vez necesitara reaccionar a un peligro, por ejemplo.
Vicioso de la TV, del pan, de las frutas. Siempre pensó que nada con exceso es valedero para estar bien.
Volteó a ver y todo era oscuridad. Algo lo limitaba. Sus brazos apenas podía extenderlos. Sus piernas eran prisioneras. Su voz no fluía, su mirada no llegaba más allá de lo que la ausencia de todo indicio de luz le permitía.
Se quedó en silencio. Y escuchó. Qué eran esos gemidos, ese llanto multiplicado. Logró sentarse y le pareció extraño porque segundos antes no podía moverse.
Se levantó y pasó de una terrible oscuridad a un ambiente claro y soleado.
Miró a mucha gente. Toda aquella que en algún momento de su vida se cruzó, se le acercó o fue un amigo. Pero él estaba como en un segundo piso y nadie se percataba de su presencia.
Tras ver esas imágenes, volteó de nuevo y se vio. Lucía bien, no sentía aquel peso de los años. Tomó una gran bocanada de aire y sonrió.
Supo que en cada uno de aquellos que formaba ese gentío él sería más o menos eterno. Que era como un rompecabezas y cada quien tenía una parte suya, ya fuera una idea, una acción o una decepción, un rencor, un cariño, un recuerdo bueno o malo. Y todo eso le permitía estar sin estar.
Suspiró. Se sintió en paz.
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