Un Dios

...

Todas las tardes, el niño cogía su vieja bicicleta y salía huyendo lejos de su casa en donde mujeres histéricas se la pasaban gritandose y gritándole. Pedaleaba con todas sus fuerzas hasta llegar a la playa. Le gustaba ir y sentarse sobre las grandes piedras a escuchar los sonidos del mar, eso lo tranquilizaba. Casi siempre olvidaba llevar con él su suéter. Pero prefería pasar frío que tener que regresar a su hogar. Quería quedarse todo el tiempo que le fuera posible observando a las olas chocar con los peñascos. Cuando caminaba por toda la orilla de la playa, le gustaba ir recogiendo extrañas piedras y pequeños moluscos que el mar devolvía a la tierra. 

Ese día, mientras andaba por la playa pateando las piedras que encontraba frente a sus pies, se topó con un pequeño pulpo que el mar había arrastrado a la ribera. Aún estaba vivo. El niño, vencido por su curiosidad, lo tomó con sus manos. Jamás había visto uno en su corta vida. Se maravilló completamente con el pequeño cefalópodo y sus largos tentáculos. Fascinado con la extraña criatura, pensó que el molusco tal vez era Dios que se la aparecía para ayudarlo. Siempre le habían contado que Dios podía aparecer de formas distintas y en los lugares menos esperados. Cuando recordó eso, le pidió que por favor se lo llevara lejos de su casa. No quería regresar jamás a ese lugar. Entonces el pequeño niño camino directo al mar con el animal en sus manos para devolverlo a él. 

El agua llegaba un poco más arriba de sus rodillas pero eso no le importaba. Uno de los tentáculos del pulpo se aferró fuertemente a uno de sus brazos. El chico entonces pensó que Dios quería llevarlo con él y que su pequeña plegaria había sido contestada. Camino entonces un poco más, el agua llegaba hasta su pecho. Avanzo con dificultad y nunca más regresó a casa. Tal como Dios le había prometido.

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