INSOMNIO...

INSOMNIO...

Una y mil vueltas en la cama.
Los ojos pelados en la oscuridad, pensando quién sabe qué montón de cosas, resolviendo problemas imaginarios, agüevándose mucho más por los que sí son reales.

Llevaba así, más de media hora. Y el tic tac del reloj en su cabeza le quebrantaba aún más la cabeza.
Que si las deudas, que si el trabajo, que si el tráfico, que si los hijos, que si la mujer, que si la vida...
Todo era un combo de deterioro mortal en una noche más de oscuridad.
Cada que cerraba los ojos saltaban como liebres tantos fantasmas, haciéndolo víctima, quitándole la paz que apenas le quedaba.

Decidió tomarse una pastilla.
No podía continuar así. Se levantó y se miró en el espejo. Bajó las gradas y rompió el papel que cubría las pastillas. A punto de clavar ese dardo adormecedor estaba cuando vio, y aunque en su cabeza había pasado solo media hora, en el tic tac habían transcurrido seis horas. 

La mañana corría las cortinas y él, como un zombie, debía volver a su rutina, sin descanso y con los miles de fantasmas en su espalda.

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SACUDIDA...

Tus manos apretando las sábanas, tu boca crispando los dientes, tus ojos cerrados, tus gestos a mil.

Tu cuerpo frenético, tu cabello revuelto, tus piernas danzando sin control.

Un tobogán de sensaciones. Tu respiración acelerada, tus palabras entrecortadas, las pocas que podías gestionar en medio de esa montaña rusa.

Esa electricidad recorriendo tu esencia, arrancando desde tu entrepierna y desplazándose hacia todo tu maravilloso ser.

Primero era solo uno, pero minutos después esa sensación se multiplicaba de manera continua, dos, tres, cuatro por minuto durante diez, quince, veinte minutos, hasta concluir en un grito contenido, constancia de una magnífica reunión entre nuestro cuerpos y almas.