Espejo roto

Somos más seres que humanos. Una partida de hienas devorándonos.


SUEÑOS
La mente se aturde. La sociedad se derrumba y sigue polarizándose. El mal se toma revancha a cada momento. La muerte no está lejos, está a la vuelta de la esquina, a unas cuantas cuadras, metros, kilómetros. Viene con empaque de violencia, accidente, imprudencia, locura, pobreza, hambruna, tristeza, olvido, desinterés. El país se cae a pedazos, devorado por los dragones de la corrupción. Infame incapacidad o complicidad de quienes dijeron ser la luz en el camino y que ahora, en la gloria, se olvidan de los plebeyos, de los de abajo, de los que creyeron, de los idiotas que por una canción hipotecaron sus ilusiones.

La historia se repite en este lugar de atrocidades sociales, económicas y políticas, en el que los asesinos con todos sus rostros viven a costa de los que día a día trabajan por el salario mínimo. La razón se esconde y deja el camino libre a las estupideces que fomentan que una ley evitará que maten más mujeres, o que gentes que no tienen vela en el entierro manejen a diestra y siniestra plata del pueblo, sin que, en algún momento, deban responder por sus irregularidades. Vaya nación y herencia para las nuevas generaciones, adictas a miles de drogas, perdidas entre la vanidad y lo superfluo. Hay un vacío intelectual que se consumió con los años de guerra.

No superamos el sistema del terror que nos consume. Es preferible voltear la cara, hacer como que no miramos; taparnos los oídos para no entender o escuchar las miles de verdades y mentiras que nos agobian. Pero el mundo sufre lo mismo. Este es el fin de la humanidad. Es el oscurantismo en su nueva versión. Son ciclos, afirman los que dicen saber. No estamos solos en esta miseria. Solo somos parte del retroceso que nos domina, que nos ahoga, que se levanta como tormenta de arena en el desierto y nos doblega.
Pero usted siga soñando, total, eso es lo que cuesta menos.

ESPEJO ROTO
Me escondo detrás del recuerdo. De aquellas cabalgatas en tu cintura, del crepúsculo que nunca miramos por estar mitigando nuestra ansiedad con la piel del otro.

Me refugio leyendo la tinta convertida en palabras de otras gentes. Aquellas que alaban la fascinante historia de Capadocia, la cárcel que emociona en la televisión por cable, o en las que esbozan que evitamos a toda costa el silencio. Y concluyo que el asunto pasa porque todos queremos hacer lo que nos da la gana y nos vale un comino el prójimo.

Me golpea la falta de madurez de muchos líderes de este trozo de tierra. La anarquía con que convivimos diariamente. Me duele el espíritu de pensar que las pocas cosas buenas que se logran son borradas por gentuza sin cerebro.

Hieren las tradiciones que no nos hacen un mejor pueblo, me hacen preguntarme si realmente vale la pena. El bien común no existe, acá es primero el yo. Somos más seres que humanos. Una partida de hienas devorándonos. Y hasta ellas se sienten ofendidas por tal comparación.

Tus ojos me roban la atención. Me gusta tu mirada severa, tu sonrisa esquiva, tus manos atormentando mi ser. Quiero volver a perderme en tu esencia, pero retorno al torrente de tristezas que gritan desde el fondo de la tierra, con la voz de aquellos que se fueron sin justicia.

¿Y qué son estas palabras? Gemidos al oído sordo de un gigante que no tiene voluntad para reinventarse y salir del letargo inclemente y doloroso. Que escupe ráfagas de odio, balas de asesino para secuestrar los sueños, para ocultar el hambre, para cercenar la fe.

Se quiebra el espejo y los años pasan, corren, se marchan. El ser humano se siente inmortal, usted se siente inmortal, yo me siento inmortal. Tu imagen se me incrusta en la mente, no quieres salir de ella, no deseo que salgas.

Te dibujo con mis manos, te repaso centímetro a centímetro.

A PESAR DEL TIEMPO

Me acurruco entre las sábanas. No quiero despertarme y sentir el frío de la mañana, ni ver el sol, ni nada de eso. Pero debo hacerlo. Camino los pasos que son debidos y me cuesta aceptarlo.

La mesa esta ahí como siempre; preparo la leche para servírmela con cereal. Me acomodo en la silla y me trago la comida. Las macetas con esas hojas verdes invaden el tiempo, la distancia, el recuerdo y los años se vuelven cuchillas que intentan cortar de tajo lo que siento. Veo tus cosas, pienso en tí.

Me despedazo por dentro como un fragmento de vidrio que se pulveriza de un mazazo. Ojalá pudiera regresar el calendario, ser una especie de mago. Pero qué tan dispuesta estarías tú a revivir todo aquello. No lo sé. Por supuesto, en otras condiciones, creo que sí.

Voy para la sala y veo una fotografía tuya. Me pregunto por qué. Soy consciente de que de todas, esta era la mejor solución. Pero no termino de asimilarla. Me duele tanto. Quisiera que todo fuera un mal sueño. Una indigestión que provoca insensateces. Pero no, todo es tan real. La maldita ley de la vida, dicen, y por tal motivo debo aceptar toda esta basura.

Me pregunto dónde estás más allá de mis recuerdos. Y veo de nuevo tus cosas. Y cada una eres tú. Y la foto es un ícono, y tú el motor que me hacía sentir que no estaba solo. Hoy me duele la vida. Me duele tu ausencia, el no poder tocarte, besarte, sentir tu calor. Comerme tu comida, estar colmado de ti.

Tu amor me lo diste, pero yo estoy vacío. Cómo no estarlo.

Me hago el loco, sustituyo el llanto por la indiferencia. Me trago esta soledad. Machaco tu imagen en mi memoria y me acribillan esas estrellas que vi cuando te fuiste.

Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:24
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