Eduardo Villalobos

Convencionales

Ser o no ser...

Pocos términos son tan usados en estos tiempos como ese sinuoso nombre que se cuela de vez en cuando en las conversaciones, y que vemos por todos lados en la publicidad: ser original. Paradójicamente, la originalidad se asocia muchas veces con ropa de marca, bebidas espirituosas, automóviles, relojes o cinchos. Es decir, las firmas comerciales intentan hacer creer a sus clientes que son distintos, especiales, divergentes, al tiempo que los hacen consumir sus productos de una manera uniforme e incluso masiva.

¿Originalidad en usar la misma marca de camisa que también se vende en Singapur, en Chicago y en Turquía? ¿Original por seguir una tendencia, una moda? No lo sé. He visto a gente que se considera diferente arremeter contra sus semejantes por no hacerse bien el nudo de la corbata o por utilizar combinaciones que no son “usuales”. Bonita originalidad, entonces.
En medio del fragor del consumo, entre las luces de neón y los espejismos del día, vamos perdiendo nuestra identidad personal y adquiriendo una especie de “identidad deseable”. Seguimos costumbres, utilizamos palabras, interiorizamos imaginarios que nos concede la colectividad en la que nos movemos. Muchas de nuestras elecciones, nuestros gustos, incluso nuestra posición frente al mundo, están condicionados por un sistema estético y de valores que nos determina y nos condiciona. Y no es que esto sea malo a priori, puesto que en ese sistema radica la cultura o la identidad, pero puede alienarnos sin que nos demos cuenta siquiera. ¿Qué tanto de nosotros queda más allá de tantas máscaras?

Confieso que no me trago la finta con casi nadie que se considere original. Y tampoco pienso de entrada que sea creativo. Lo lamento. No es en la ropa, en la manera de hablar, en los hábitos de vida que se encuentra la creatividad. He conocido a mucha gente de lo más convencional, pero que se jacta de sus “diferencias”. Y me pasa también con algunos artistas, muy modernos ellos, muy contemporáneos, pero que siguen un patrón. Si no me creen, véanlos. Todos siguen el mismo camino, usan las mismas palabras, esgrimen los mismos argumentos.

La originalidad no radica en la ropa o en el pelo, tampoco en una postura desenfadada o en estar en contra de todo porque así lo exige la propia imagen. La originalidad tiene que ver con la imaginación, con el asombro, con la fe, con la dignidad. Pero sobre todo tiene que ver con desear un mundo distinto. Y con reconstruirlo. Recordemos que de la inconformidad han nacido siempre los cambios verdaderos.

 

 

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