© Foto: Rosario Jerez

Desde el país de la amnesia obligatoria

Te invitamos a entender la protesta de las cruces en la Plaza de la Constitución, pasa y lee.

En una ciudad que nos consume a diario entre sus ruidos y silencios impuestos, esa que nos obliga a olvidar. Ciudad que nos despierta todos los días de madrugada para trabajar ocho horas, si bien te va, y luego nos devuelve a la cama, solo para pretender que dormimos en paz. En una metrópoli enana como esta, es necesario defender un territorio para la memoria de aquello que hemos aprendido y que duele arrancarlo, duele desaprenderlo.

Escribía alguien en sus redes, hace un día:

“Qué el número de casos de violencia contra las mujeres sea mayor, no quiere decir que la violencia contra los hombres pierda importancia”…

Me atrevo a calificarnos a todos como sobrevivientes de la violencia que a diario vivimos, sea cual sea nuestra postura. Es igual, la muerte no discrimina, pero que el tener ciertos privilegios nos otorgué el privilegio de la ceguera, es parecido a quien se ahorca con su propia soga. Sin embargo, hay un precipicio abismal entre la muertes violentas de mujeres y las otras estadísticas sobre la muerte.

Los decesos por violencia de mujeres van más allá de una bala perdida. Son crímenes de odio planeados desde el púlpito del poder sobre la vida, el cuerpo y la historia. No es solo el silencio, es también el olvido y el dominio.

El 25 de noviembre de 2019, Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en memoria de las Hermanas Mirabal de República Dominicana, mártires de la dictadura de Trujillo, en Guatemala se registraron cinco muertes violentas de mujeres. Es decir, mientras una estaba hablando en una entrevista sobre la resistencia, el amar a la otra y dejar de competir entre nosotras, otra moría, y a pesar de eso, es probable que en un año olvidemos ese dato.

Hay un reflejo del Estado, muy amplio que, antes de normar, rige la manera en que se dan todas nuestras relaciones, sobre todo las de poder. Lo privado y lo público, nuestras relaciones en el espacio doméstico, la plaza y hasta la cama. Es en ese marco cuando y donde aprendemos a olvidar, a que la indignación no nos lleve a las calles.

Lo digo de otra manera, es igual a considerar como justo que, de la noche a la mañana, desaparezca la protesta de las 41 cruces de la Plaza de la Constitución. Las cruces velan para recordar y buscar justicia por la vida de 41 niñas, víctimas del incendio el 8 de marzo de 2017 en el Hogar Seguro “Virgen de la Asunción”. Retiraron las cruces, sin previo aviso porque

“la plaza es un espacio para la recreación”.

La Memoria es un territorio en disputa y aún más la memoria que habla desde el cuerpo de las mujeres, nombrado y asumido como territorio. Nuestra historia habla también de vidas pasadas, de dolores en la piel y en nuestro interior. Expresa acerca de la colonización de nuestra vida y nuestro territorio-cuerpo. El cuerpo de una mujer violentada, habla; a veces es posible que nos cueste bailar, se dificulta mover la cintura, un aparato reproductor femenino con padecimientos habla de violencia sexual, de nuestros deseos y de heridas emocionales reprimidas.

Las mujeres llevamos en nuestras vidas cadenas ancestrales que debemos liberar. La primera noche que abrí un fuego ancestral en la casa que vivía, soñé a mi abuela y a dos bebés envueltos en cobijas rojas de lana que flotaban entre agua y a un colibrí muerto; mi abuela tuvo un aborto de gemelos, y dos de sus hijas nacieron bajo el nahual maya del Tzikin, el colibrí.

Pero este sistema también nos robó la posibilidad de recordar eso y nos la seguirá robando cuantas veces sea necesario, sobre todo para instalarnos el miedo, hasta que esté convencido de que las mujeres hemos vuelto a casa, bajo llave y al ayuno de orgasmos.

Última modificación Martes, 21 Enero 2020 17:40
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