Yo estuve ahí

Llegamos a una edad en que vemos terrenos baldíos convertirse en centros comerciales o edificios de apartamentos.

Desde que el verano más fresco del futuro llegó a este territorio, gracias al cambio climático, decidí caminar desde el lugar donde parqueo el carro, hasta mi lugar de trabajo. Son dos kilómetros que la gerencia de Recursos Humanos los acorta mandando un bus entre el parqueo y las oficinas cada 30 minutos o una hora. Todavía no he visto ningún sospechoso o moto que circule que me haga sentir inseguro, pero me gusta caminar. Así de fácil. ¿Por qué? Porque puedo, porque quiero y porque me hace bien.

Al caminar esos dos kilómetros (y de bajada) me hace sentir bien, de mejor humor y hasta me siento diferente a los demás. Muchos están en el bus viendo el teléfono o esperando llegar para seguir con su rutina diaria, mientras que yo me doy cuenta de los sonidos de la ciudad, lo que vende la tienda y la señora de la esquina, y hasta oigo cantar algunos pajaritos.

En una de esas caminatas, específicamente hoy, me di cuenta de un graffiti: Yo estuve ahí. No sé porqué lo quisieron borrar. Tal vez fue una amenaza o una aclaración ante un trágico evento. No lo sé.

Eso sí, me hizo pensar en lo efímeros que somos en las ciudades en desarrollo como Guatemala. Hace 15 o 20 años, yo iba en bus por esos mismos lugares para ir a la universidad. El trayecto era normal. A veces veía terrenos baldíos y si tenía la suerte de irme en carro podía ver todo el monte que rodeaba el bulevar Austríaco. Eran otros tiempos, lo sé. Simplemente es que pasa tan rápido.

Hoy todo ese bulevar lo cubre Cayalá. Con edificios blancos y sin color. Con publicidad y sin árboles ni sombra. Esa es la urbanización. Yo caminé por ahí esperando que ningún camión me tirara a un lado cuando fui con un amigo a la casa de no sé quién.

Yo estuve ahí. En muchos lugares donde ahora hay edificios de apartamentos. En el Cine Lido, donde vi Top Gun con mi papá. En Acumuladores Tikal, donde entrabas con el carro por un lado y salías por el otro con la batería ya puesta. En el barranco de Majadas, donde descubrí el ciclismo de montaña antes que lo inventaran.

Hoy, con centros comerciales y edificios de apartamentos me siento cada vez en una ciudad muy diferente a la que conocí y la que conocieron mis abuelos y papás. Una ciudad que le tocará a mi hijo cruzar en carro, porque se sentirá inseguro caminar… o donde solo pasará para ir al aeropuerto luego de venir a visitarme y regresar al país donde trabaja o vive.

No sé, eso del desarrollo camina muy rápido.

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