Detox en un pantano de Petén

Luego de caminar durante horas en una aguada, entendí el poder implacable del agua. Reformularé la idea; seré más claro, y menos ceremonioso: tras horas de arrastrar mis pies y mi cuerpo en un charco gigante que parece pantano pero lleno de árboles, quería regresar a mi cama, que estaba a 500 kilómetros de distancia.

Esta aguada se encuentra en San Andrés, Petén; el lugar se llama Cruce Dos Aguadas. Allí entendí que el agua doblega a cualquiera. Atravesá un pantano, y luego dirás si miento.

Todo fue con la expedición Maya Trek El Zotz-Tikal. Fue hace un par de años, pero el recuerdo sigue intacto. El Inguat invitó a una comisión de periodistas para conocer un proyecto de turismo comunitario. La meta era caminar tres días y dos noches, por 50 kilómetros dentro de la biósfera maya. Caminatas diarias de siete horas. Creeme, tenés mucho tiempo para meditar. Aunque no querrás.

No entraré en detalles acerca de los lugares que visité. Solo diré que fueron El Zotz, El Palmar, La Blanca, Chikin y terminamos entrando por la parte trasera de Tikal. Aparecimos justo detrás del templo IV, sí, el de Star Wars. Pero el viaje es mucho más que visitar sitios arqueológicos.

Calla, la selva te habla
Prefiero dar fe de las sensaciones y lo que ahogué en ese pantano del que hablo. Jorge Rodríguez, periodista con el que coincidimos en viaje de turismo extremo para prensa, me dijo alguna vez que, lo que sucede, “es que la selva te habla”.

Antes de que se me tome por metafísico, o por consumir algún alcaloide, explicaré mi punto. Y te invito a que te visualicés en el siguiente escenario. En todos los viajes grupales, todo empieza con alegrías, bromas y proyecciones de lo que se espera será el viaje. Alguno que otro lamento por el clima o esbozo de cansancio con el pasar del tiempo. Pero eso es solo la primera hora de viaje, quizá las primeras dos. ¿Qué hacés con las cinco horas restantes? Pues meditás al ritmo de tus pasos.

Aunque no querrás, la caminata te obliga. Quizá tomarás fotos, pero la batería no durará mucho y además faltan dos días de viaje. Así pues, de tanto caminar empezás a dejar atrás los vicios de la ciudad. Sos uno con la naturaleza, te visualizás siendo parte del entorno. Vendrán referencias del cine o la literatura y te ayudarán a avanzar, te entretendrán, pero llegará el momento en el que entenderás de primera mano que la naturaleza manda.

Entonces, cuando digo al inicio de esta crónica que el agua doblega voluntades, es porque llegás a un punto en el que pensás en dejarlo todo tirado. Lanzar la mochila, caminar sin ver atrás y sin esperanza: perdés la voluntad. La única explicación que encuentro es hacer la referencia a la película La historia sin fin. Caminar por una aguada es caminar por un pantano de selva tropical, como Atreyu cuando atraviesa por el pantano de la tortuga Morla. Ese donde muere su caballo Artax.

La diferencia es que no sos niño, no hay un Auryn que te ayude, ni un Bastian que frene la aventura. Estás en medio de la biósfera maya, con agua hasta las rodillas. Todo está nublado (hace un día que no mirás el sol) y hay una leve llovizna que, como si fueran gotas de plomo frío, te doblegan poco a poco. Cuando un mosquito travieso se posa en tus mejillas y decidís matarlo de una palmada, se te olvida que tenías las manos con lodo. Alegre la experiencia. Y no es sarcasmo, pues es un reto de demostrarte quién sos a vos mismo.

Cuando ves hacia atrás, y te das cuenta que llegaste al punto de no retorno, es que empieza la desintoxicación. Todo ese lodo emocional, que de alguna manera no te deja en paz, lo empezás a dejar ahí. Supurás toda esa mala vibra. Además, no hay tiempo para la queja. ¿De qué te sirve? Hacerlo no secará tus ropas, no traerá una cama y aunque por arte de magia aparezca un Falcor, si ese genial dragón peludo quisiera rescatarte, no podrá verte porque esa aguada, ese pantano del que hablo, es frondoso. Falcor no te verá, la espesura de las copas de los árboles no lo permitirá.

Sos vos contra la selva, nada más. Y entonces, la desintoxicación continúa. En lugar de lamentarte por tus fracasos, por todos esos errores irreparables de tu vida, y en lugar de ocupar tiempo mental en añorar un “si hubiera” o un “y si tan solo”… decís: “¡A la verga! No me voy a detener por un puto charcote”, antes de soltar una risa agridulce.

Sé agua, mi amigo
Es entonces que estando en medio de esa aguada, de ese charco grandísimo, bajo la llovizna y rodeado de lodo por todas partes, con una gripe que se anunciaba en mi nariz, fue que recordé las palabras de Bruce Lee. Sí, el gran Bruce. Recordé aquello de “no pienses, siente, o te perderás de la majestuosidad celestial”.

También reparé en aquello de "vacía tu mente, sé amorfo, moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza, se convierte en la taza; si pones agua en una botella, se convierte en la botella. Si la pones en una tetera, se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede aplastar. Sé como el agua. Amigo mío, el agua que corre nunca se estanca, así es que hay que seguir fluyendo”.

No hablo de positivismo, hablo de librarse de ataduras emocionales. De renunciar al deseo de buscar el control y valorar lo aprendido. En medio de un pantano solo queda fluir, adaptarse, avanzar. Fue con esa idea que seguí en el viaje. Comencé a transformar mi forma de pensar, mi forma de vivir. Fue en ese momento.

Por tanto no hablo de un evento metafísico, hablo de una reflexión a la que llegué en un viaje turístico. Claro que pude caminar al lado de algún otro paseante, pero no sentí esa necesidad. Tampoco diré que es un viaje de meditación pues se viven muchas cosas. En esta ocasión solo me centré en un momento del viaje: el del silencio y la introspección. Fue genial.

Y la lección más valiosa: en Petén no hay agua potable. Aprendés a racionar, entendés el precio del agua. No es gratis.

Reír en la desgracia
En este tipo de viaje hay mucho tiempo para reír. Es hilarante encontrar chistes en medio de la desgracia, se disfruta más. Son palabras fuertes, pero es la verdad. En una circunstancia aparentemente adversa para un grupo de citadinos, y además periodistas, se ríe mucho. Hay demasiadas burlas y es ese mecanismo de desahogo perfecto, fantástico. Como cuando alguien se va de bruces, se enloda hasta el pelo y le decís “tranquilo, no tengás pena, el siguiente chorro está a 30 kilómetros”. Mientras le pasás un trapo húmedo para limpiar bebés, con el que solo se logra limpiar una de las mejillas o la boca.

También hay lugar para el asombro. A cada tanto hay un resabio de la cultura maya, la naturaleza es intimidante aunque no se ve mucha fauna (porque era verano, según nos dijeron). Sin embargo, contaré el hecho más impresionante que he visto en mi vida.

En El Zotz hay un paredón. Quizá de unos 50 metros de largo por 25 de altura. En su base hay montañas que semejan arena vista desde lejos, pero en realidad es guano, producto de las heces de murciélago. Y sucede que hay que estar en ese lugar, justo minutos antes de que se ponga el sol. De pronto se escucha un chillido colectivo, casi ensordecedor, de murciélagos.

El paredón que describo es una ladera que tiene cavernas en las que habitan los murciélagos. Entre menos luz solar hay, más fuerte es el sonido. En ese momento una nube de murciélagos emerge del paredón. Decenas de miles comienzan a surcar el cielo, mientras algunos de los gavilanes apostados en las copas de los árboles lindantes, se lanzan a cazarlos en pleno vuelo. Ahí viví la palabra “asombro”. Ahí la viví.

Agregaría fue cuando casi lloro cuando por fin vi el sol después de tres días de nubes, lo celebré. También diré que todo lo veía gris al regresar a Guatemala, pero eso se sobreentiende. Petén te cambia la vida.

 

 

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