La lengua del Diablo está enterrada bajo los robles

La oscuridad siempre ha sido sinónimo de miedo, es en la ausencia de la luz donde aparecen nuestros peores horrores, pero también nuestros deseos más secretos. A mí me gusta pensar en ambos. El terror y el deseo aunque no lo parezca, van de la mano. 

Muchas veces he tratado de explicarme como a otros la fascinación del ser humano por lo oscuro. Siempre nos llama con dulces palabras al oído y casi siempre no las podemos resistir porque hay una belleza en ella que no es superficial, hay que cavar muchas capas de tierra y descubrirla como un tesoro que se encuentra sin querer. 

A veces las tinieblas nos conducen a la introspección y eso finalmente a dimensiones más honestas. Como la angustia, la esperanza y todo aquello que nos recuerda el ser imperfecto que somos. Uno de esos tesoros con los que me topé escarbando hace un tiempo fue con la compositora finlandesa Mirel Wagner. Su música es una hermosa mezcla bastante sutil de folk con leves tintes de blues que me recuerdan por momentos a reinas de lo sombrío como PJ Harvey o Hope Sandoval. 

Sola con una guitarra y unos arreglos aparentemente fáciles lo suficientemente embrujantes como para darnos escalofríos, nos lleva a terrenos secretos donde por alguna razón, surge la necesidad de confesar en esa soledad lo peor de nosotros. Como si, entre susurros, se lo dijéramos al oído de alguien que nos escucha mientras se balancea en una mecedora, frente a la ventana de una vieja casa de madera en medio de la penumbra. 

Su segundo álbum When the cellar children see the light of day  es de esos discos en los que debemos poner nuestra mente en completa tranquilidad para disfrutarlo, y dejar que nuestra mirada se pierda en algún punto fijo en la distancia. Una invitación sin retorno a lo más profundo de nuestras almas, en donde habitan esos mundos paralelos e insondables en los cuales Mirel, y sus melodías, caminan de la mano con nosotros, y con cada paso dado empezamos a sentir esa ansiedad y el vértigo que todos nosotros hemos experimentado antes de caer en picada de una montaña rusa de la que no estamos seguros si habrá una segunda vuelta.