Negación...

Miró al espejo y no se reconoció.

Barba, ojeras y rostro demacrado. Suspiró. Nunca quiso verse así, nunca quiso llegar a este punto.
Abrió el grifo, tomó agua entre sus manos, se inclinó y lavó su cara. Hubiera deseado que el líquido fuera como aquel borrador que usaba de niño y le ayudaba a corregir los errores de su cuaderno de cuadrícula.

Termino de asearse, aunque se dejó la barba. Pensó que quizá a si podría disimular un poco su mal estado.
Una vez vestido se lanzó a la calle. Debía cumplir una jornada más de labores. Había postergado su jubilación tras el quiebre de la empresa en la que trabajaba y todo aquel pasivo que debían darle se esfumó como el humo del cigarrillo en un parque.

Tuvo que volver a empezar de cero. Pero seguía intentándolo hasta que las fuerzas no existieran o él se dejara vencer por el tiempo o la vida.
Tras aguantar al jefe y todas las vainas que surgen a diario, regresó a casa. Se lanzó al sillón individual y respiró. Cerró los ojos y se durmió.

Quizá una pesadilla sería su salvación y que en ella un abismo lo consumiera. Quería escapar, hoy otra vez quería esfumarse. No ser él, no ser, no existir.


APARICIÓN...

El grupo estaba dormido dentro del bus que la empresa les daba para viajar hacia la selva donde debían montar la hidroeléctrica.
Cuando todos cayeron vencidos tras esa jornada abrumadora y estaban en el sueño más profundo, cada uno experimentó lo que el otro.
Poco a poco fueron abriendo los ojos. Pensaron que era un temblor. Sin embargo, la cara de horror de quien quedaba al frente de la camioneta les hizo mella en sus ánimos de hombres todoterreno.

El de enfrente no supo articular palabra y cuando empezaron a ver por las ventanas cubiertas por frazadas, toallas o plástico negro cada uno vio una parte del rompecabezas que meneaba el pesado vehículo.
Unos, los de atrás solo alcanzan a ver una especie de manto de seda blanco ondear al compás del viento.
Los de en medio trataban de reconocer esos como bejucos cubiertos por ese manto blanco de seda.

Los que vieron por el vidrio de adelante quedaron atónitos. Y entonces todos avanzaron hacia adelante. Formaron un racimo de hombres miedosos.
Su horror fue tal por aquella turbia imagen. Una mujer a la que no le veían el rostro más que a cuentagotas y de gestos macabros tenía sus brazos extendidos y abrazaba el armatoste.

Lo meneaba de un lado a otro. En lugar de ojos tenía dos agujeros oscuros que parecía que no veían pero sí lo hacían.
Una mueca a manera de sonrisa perversa y fúnebre los noqueó. Al despertar se sorprendieron en el pasillo del bus, tirados. Otros al frente, apuñuscados.

Se veían con el terror aún en sus venas. Dos de ellos no estaban. Nunca más los volvieron a ver. Otros renunciaron y los más necesitados, los que eran mayoría, se quedaron, pero noche tras noche, por dos meses, dejaron una vela encendida, rezaban y pedían que esa mujer no regresara de nuevo.

Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:32
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