Espectáculo de circo

Un poco de literatura macabra.

La larga fila de personas alcanzaba varias cuadras. Daba la impresión de que toda la colonia estaba esperando la llegada de ese domingo para ver la función. La vieja carpa de circo estaba situada sobre una cancha de fútbol polvorienta e improvisada. Todas las tardes, niños, jóvenes y viejos la ocupaban para desahogar sus sueños frustrados de estrellas del balompié. Pero ese domingo ni un balón de fútbol rodaba por la tierra. Algunas madres se habían puesto sus mejores galas para el espectáculo, al igual que los padres. No todos los días llega una caravana de circo tan especial como la que estaba a escasas cuadras de sus casas. Todos iban directo a ocupar su lugar en la línea de personas que aguardaban el momento para entrar. Las personas se saludaban felices. Muchos se reencontraban luego de meses de no verse. Era un momento especial para los vecinos de ese barrio. Un personaje vestido con ropa antigua como de otro siglo y un tanto andrajosa abrió una especie de telón, invitando a las personas a entrar. Varios de ellos empezaron a acelerar su paso. Querían controlarse, mantener la compostura. Algunos lo lograban, otros no tanto. Aceleraban el paso, casi corriendo para buscar el mejor lugar que pudiesen encontrar. Al terminar de entrar, las personas se acomodaron en viejas tablas largas que servían de asiento. El olor a dulces, palomitas de maíz y tierra mojada con estiércol inundaba todo el lugar. Era una mezcla extraña pero a nadie le importaba realmente, ellos estaban ansiosos por ver el show. Algunos padres de familia trataban inútilmente de callar a los niños más pequeños. Gritaban y chillaban desesperados, algunos por ver lo que estaba por venir y otros por que simplemente no tenían ni la menor idea de donde estaban. Finalmente, cuando las luces se apagaron. El mismo personaje vestido con el traje extraño, sombrero de copa y pintura blanca en la cara, que le daba un aspecto extraño y cremoso, salió a darle la bienvenida a todas las personas dentro de la carpa. Silbidos y aplausos de emoción no cesaban. El hombre con una risa falsa daba las gracias a la vez que con sus manos hacía exagerados ademanes para que la gente se callará y le dejaran continuar. Cuando el silencio volvió de nuevo, el hombre presentó con mucho orgullo a su nuevo domador. El Gran A y su pareja de tigres blancos de Asia. La grabación de una cinta con música de fiesta empezó a sonar en unas bocinas viejas que parecía que explotarían en cualquier momento. El Gran A salió de entre las sombras, la luz del reflector hacía brillar las lentejuelas de su capa larga y percudida. Algunos ayudantes movían una plataforma remendada y con ruedas que llevaba una enorme jaula con los dos tigres dentro, que caminaban alrededor de ella mostrando sus largos dientes amarillos. Sus rugidos emocionaban a los niños más pequeños, muchos no tenían idea de que podían existir tigres blancos. Estaban impresionados. Luego de varias reverencias el Gran A dejó que sus asistentes le quitaran la capa y la acomodaran en una caja con una pintura bastante precaria de dos tigres blancos sentados a los pies de un hombre que se suponía era el Gran A. Antes de entrar a la jaula, volteo a ver al público de nuevo buscando un nuevo aplauso. Pero la gente tardó en entender el gesto. Pero luego de unos segundos más de los que el Gran A estaba dispuesto a esperar, las personas aplaudieron con todas sus fuerzas. Sonrió y entró despacio. De su cinturón tomó un largo látigo que empezó a azotar frente a los dos tigres. En la mirada de ellos se podía ver una mezcla de enojo y hartazgo, pero obedecían. Luego de varios azotes, el Gran A logró que se sentaran y que saludaran al público con una de sus patas. El simple truco los hacía lucir bastante inofensivos. Luego de varios trucos sin la menor gracia, el Gran A se preparaba para su acto final antes de despedirse. Tomó por el hocico a uno de los tigres para abrirlo por completo. Lentamente procedió a meter su brazo extendido, los dientes del tigre llegaban a la altura del hombro y con una orden, que era un simple grito, el Gran A le ordenó al tigre que cerrara sus fauces con todas sus fuerzas. Le tomó al tigre un par de mordidas más para desprender el brazo del Gran A por completo. Luchando entre el estado de shock y la emoción del público, el Gran A hizo lo mismo con el otro tigre, pero con su brazo izquierdo. Esta vez el otro tigre logró cortar de una sola tarascada el brazo. El Gran A daba vueltas en círculo salpicando de sangre todo lo que estaba a su alrededor. Los tigres daban vueltas al mismo tiempo que su pelaje blanco se pringaba de rojo. El Gran A gritaba de emoción, sabía que le había dado a su público lo que ellos habían estado esperando por meses. bailaba y gritaba de euforia dándole las gracias a todos. Los asistentes entraron y se llevaron a los tigres primero. Luego uno de ellos volvió a colocar de forma ceremoniosa la capa sobre los hombros del gran A. Sudaba profusamente, pero aún a pesar de estar desangrándose, vio a su público antes de irse. No podía verlos por las luces que reflejaban fuertemente en sus ojos. Pero sabía que muchos estaban de pie aplaudiendo sin parar, ovacionándolo por semejante acto, jamás visto en el pueblo. El Gran A supo que ninguno de esos niños lo olvidaría, que los padres hablarían de él mucho tiempo después de esa gran noche. Pero el Gran A no quería salir del ruedo aún, sabía que el show debía continuar. Saludo con una reverencia por última vez y al desaparecer solo el rastro de su sangre era lo que quedaba sobre la arena. Al finalizar todos los espectáculos de la noche. Las personas no cabían de emoción, eran felices y sonreían como nunca lo hacían durante todo el año. Los niños emocionados iban de la mano con sus padres recreando como los trapecistas desde lo alto se dejaban caer en picada mientras reproducían el sonido que hacían sus cabezas al estallar en el suelo, incluso los infantes mostraban con orgullo las gotas de sangre que habían caído sobre sus ropas. Algunas madres les preguntaban si habían gozado al ver como los elefantes aplastaban a los enanos que corrían alrededor de ellos mientras se paraban en dos patas. O de cómo el lanzador de cuchillos tenía la mejor puntería para acertar justamente en cada uno de los ojos de la mujer que daba vueltas en el soporte circular al que estaba atada. Muchos de esos padres empezarían a guardar su dinero desde ya. Los niños esperarían con muchas ansias a que la caravana regrese a visitarlos el año siguiente. Algunos de ellos soñarían esa noche en que se convertirían en un gran domador como el Gran A y eso los haría dormir mejor.

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