Suicidio

Miro la pistola que está bajo mi almohada, la acaricio, la beso y pienso:

TE IMAGINAS...

Me cuesta tanto decir, hacer frases con palabras que desearían ser caricias escribiendo historias de pasión en cada trozo de tu esencia. Las imágenes se repiten, estás en muchas sábanas revueltas, en muchos caminos, en la inmensidad de mi tormento, en el fuego del herrero, en el frío del invierno, en el torrente de los lagos, en la serenidad de una mirada enamorada, en la tristeza de la tierra, en el hambre del solitario, en la tranquilidad del océano, en mi memoria sin recuerdos.

Me gustas, siempre me gustarás. No más, no menos. Siempre igual. Como el primer día, como el último, como cuando tu sonrisa me adormece, o tu cabello me seduce. Provocas el delirio, matas la insensatez, doblegas la ironía; me hablas al oído, hago yo lo mismo, tu piel se eriza, la noche se acelera, el cielo se resiente y llora, cual amante celoso de la escena.

El mundo se hace nada, mi yo, mi subconsciente y todo está de fiesta. El murmullo no importa, importa tu mirada, tu gesto en claroscuro, seductor, intenso, sin sosiego. Y recuerdo aquella falda, que no era más que una excusa para morir entre tus piernas, olvidarme de la vida, para vivir en segundos, en minutos, la emoción de un viaje que termina cuando mi cuerpo yace inerte. No estoy muerto, simplemente descansando. Tus manos se detienen, tu boca es perfecta, la locura se reinicia. Somos dos guerreros, cada quien con su batalla, la frontera es la ropa, el límite la imaginación, las posibilidades infinitas.

El sueño es perfecto, la sensación es real, los deseos inagotables, el recuerdo intenso, la magia compartida, la pasión nuestra bandera. Te detienes un segundo, me miras fijamente, me tomas con fuerza, no quieres que me escape. Somos dos tiranos disfrazados, dos que buscan, aunque sea por un momento, ser uno y nada más. Yo te abrazo y me levanto. Y sin decirte que te amo, sabes que lo hago.

 

SUPERHÉROES
Se me antoja saltarme unos días y pensar en el mañana. Veo en el horizonte a esos personajes que sacrifican su vida, tranquilidad, familia y sueños, todo, por el amor que te tienen.

No importa viajar, repartir abrazos, besos no deseados, pero sí muy convenientes; soltar la voz, mecer al de enfrente con el verso de un letrado, con la consigna de un guerrillero, con el fervor de un creyente, con la autoridad de un ser superior.

Se nos vienen meses eternos, de canciones ingratas, de basura aderezada con el “yo soy su salvador”. La verdad, me llena de miedo, temor y rabia saber que sin ser nadie, quieren serlo todo.

El paso cansino de los que oyen la oferta, cual canto de sirena para conquistar a los marineros, se torna más pesado, lento y es por ellos por quienes es necesario romperse la camisa, como aquella imagen del hombre de acero de las tiras cómicas o las películas de Hollywood, y ¡defender la justicia! en todas sus expresiones.

El tirano en otra dimensión. El rostro de la codicia, del descaro y deseo de dominio vuelve a aparecerse. Basta con ponerles una equis para que se atribuyan más poderes de los que en realidad deben tener. Bien dicen que el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra. Pero ¿qué nos queda?

Soportar las malas historias, pensar que a lo mejor esta vez sí demos en el clavo, que apostamos por lo mejor, sabiendo de antemano que nadie es tan poderoso para hacer el bien teniendo el poder, cuando los seres humanos somos cada vez menos humanos.

Yo también quisiera ponerme el traje de superhéroe y borrar de un tajo esta maldita repetida realidad.

¿A quién le vamos a complacer su deseo? ¿Quién va a ser ese ser supremo que nos domine y haga lo que le permitan hacer? Acuérdese que el poder siempre está detrás del trono.

¡Vaya añito el que se nos viene!

SUICIDIO
La película inicia. Es de mañana. La tranquilidad de una noche de insomnio se rompe con el estruendo del despertar oficial. Abro la puerta, salgo, abro otra puerta, me siento, tomo el volante.

Pienso en las miles de cosas que hay que hacer y me desconsuelo, porque esta vida me tiene del pelo. Arranca la batalla para librarme de los idiotas con carro; esquivar al que viene rápido y cree que la vía es de él y de nadie más. De aquel otro que, sin la más mínima prudencia, cruza sin saber que el maldito carro último modelo que conduce tiene pidevías.

Me siento un torero. Jugándome la vida metido entre tanto barullo. Gente que se atraviesa sin sentido de la distancia y cree que es inmortal; tipos con cara de pocos amigos y energúmenos que imaginan ser aquellos guerreros en sus tanques modernos.

La cola que se hace evita que la velocidad sea excesiva. Me muero de calor, de tedio, de aburrimiento y la radio haciendo eco de canciones que no tienen razón. Trato de ser paciente. De todos modos sé que sin un arma entre las manos no soy nada. Me cuido la espalda y sigo mi camino. No creo llegar a mañana, es difícil, complicado, casi milagroso volver de donde salí.

Está jodida la cosa. Da lo mismo un infarto que la guerra. Pero no es lo mismo morirse porque uno quiere a que ocurra porque a otro se le subió el mosh. Bien dicen que la única enfermedad mortal es la vida. Me asusta, me duele, me inquieta. Entonces lo mejor es agachar la cabeza, tragarse la cólera y hacerse el diplomático cuando los insolentes del camino se aparecen.

Entonces me despierto y aparezco en otro lado. Miro la pistola que está bajo mi almohada, la acaricio, la beso y pienso: quizá será mejor que lo haga yo mismo.


Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:23
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