ESQUIZOFRENIA

Nunca callés tu voz poética.

ETERNIDAD
El tiempo se ha hecho enorme y breve a la vez. No recuerdo ni cuándo fue la última vez que te escribí, ni cuándo dejé de hacerlo, éramos solo unos chiquillos hambrientos de adrenalina y fuego.

Hoy retomo un poco los recuerdos, instantes de vida nuestra. Aprisiono tu mirada de ojos negros en mi memoria y vuelvo a encontrarme a esa chica de vestido rojo y orgullo irreverente. Añado unas gotas de emoción y me encuentro acariciando tus piernas, dejando por un lado el largo de tus faldas.

Me detengo de repente y esas lunas gemelas que me siguen perturbando y las hormonas aparecen inclementes y triunfantes entre tus ropas. Y vuelvo a tus ojos y me termino enredando en tu cabello negro, y me dejo embrujar por tu sonrisa y sueño tus labios. Los del norte, los del sur.

Despierto y tu carne le brinda calor a mi ser. Me voy y sigues ahí, aquí, en todos lados. Y apareces con aquél vestido verde, el de aquella fiesta, o
entre mis brazos en aquellas tardes de soledades compartidas y compañía sudorosa y ardiente. Hoy, retoco un poco nuestra historia y sigo agradecido con la vida.

Hay cosas que sigo haciendo porque amo hacerlas y a ti porque eres la paz y la guerra de mis demonios internos, de mis insomnios, porque existes.

 

ESQUIZOFRENIA
Quisiera beberme tus tristezas y dibujar eternas sonrisas, acompañar tus soledades para que no sean tan pesadas como la cruz que dicen cargó. Veo tus ojos, cual pequeñas perlitas oscuras, profundas como la intensidad de un fuego que funde el acero, y hace amalgamas de cuerpos que se encuentran en un mismo camino.

Me adormezco con tu piel, serpiente de carne que provoca acelerar hormonas, hormonas que se vuelven venas encendidas, cual dinamita, que quiere explosionar entre tus piernas.

Tu voz hechiza el éter de esta existencia, trasciende los rascacielos de mi mente y cabalga indómita, exultante por entre mi sangre y crea océanos, oasis de una tarde envuelto en tu cama, aderezado con el sudor después de una batalla de la que es imposible no querer saber algo, no pelear y ser guerrero.

Empuño tus intenciones, bandera de sentimientos que imagino son más que sensaciones supraterrenales. Quiero que mi lengua sea omnipotente armadura capaz de penetrarte y reivindicar tus tristezas, esas de las que te hablo, esas de las que eres presa.

Llenar soledades compartidas, llenar un poco la maleta, descalzos para que la ligereza del alma no sea tan pesada, pesada como esta inquietud que llevo desde hace tiempo, tiempo que quisiera arrullar en tus brazos, brazos que sueño me aprisionen, prisionero del escarmiento de tus labios, labios que ansío llevar pegados como un tatuaje, tatuaje pegado a mí como tu perfume, perfume que me intranquiliza el espíritu, espíritu que es libre y a veces quiere ser tu esclavo, esclavo de sueños, sueños que pintan dramas, novelas, cuentos, poemas, poemas que aplazan el letargo cuando tú no estás, aunque estás casi siempre, y siempre es un buen trozo de espacio, espacio que anhelo tener en tu historia, historia que no se escribe con sobriedad, sobriedad para desearte como lo hago, hago como que no te extraño, extraño sentirte cerca, cerca para apretar tu cuerpo junto al mío, mío es el norte y sur de tu magia de mujer, mujer que me debilita de ganas, ganas de robarte toda y talvez un poco más.
Locamente, yo.


REBELIÓN
El gato era un caracol. Agazapado, enclenque, peludo. Sus ojos sugerían una pereza terrible. Atrás, la chimenea ardía y daba calor. El bullicio, sin embargo, ahuyentaba el encanto que provocaba el sueño sobre el felino y adquiría un rostro humano.

Pasos atolondrados, voces espantadas, gemidos, ruidos de camas que cambian de lugar. Y de repente, ¡pum! el ropero desmoronado sobre alguien. Gritos, llantos, cóleras. Histeria total. La tarde gris, con un viento que agrietaba, lanzaba miradas atrevidas por entre las rendijas que quedaban entre las ventanas y las cortinas.

Un palo de escoba haciendo las veces de péndulo. Un zapato en la mano. Los ojos bien abiertos para que nada se quedara sin revisión. Dos horas de intensa locura en una casa que con el paso del tiempo se había convertido en toda una estampa de los años 40. Una sala con chimenea, sillones verdosos, pisos color café y paredes crema. Un enorme espejo sobre la vertiente de calor artificial y unos cuadros con rostros en claroscuro, retratos de familia, familia del recuerdo.

Espaciosa y solitaria. Tres cuartos grandes, ataviados con el color de la Caoba, pisos blancos y ventanas con enormes balcones de metal oscuro. Cortinas beige y camas generosas. La cocina era todo un reducto de artefactos para idear cuanto se le ocurriera a uno, si uno fuera cocinero. Una despensa de lo más completa en artículos de consumo. Frutas, verduras, cereales, carnes, pastas. Pero también una gran estufa blanca y cuidada al máximo, para tener algo de la abuela, en la que una vez fue el centro del universo de los Ramírez.

La refrigeradora, también color blanco, era junto a la estufona lo único sin manchas de tizne, sin manchas de grasa e inmaculadamente limpia. El piso de un color rojizo disimulaba el paso del tiempo sin conocer un trapeador y el olor a fruta en verdad producía un enigmático placer por estar en ese lugar, y al fondo una puerta conducía hacia un olvidado jardín.

Pero el ruido no se detenía. Tres, cuatro, cinco voces invocando a saber qué brujos, fantasmas, y parientes de a saber quién. Corriendo, haciendo crujir los cimientos mismos de la casona de la abuela.

¡El maldito ratón! estaba haciendo hogar en lo que antes fue un hogar. Y el gato, a veces curioso, enseñaba las pupilas de sus pequeños ojos, agregando a ello un descarado bostezo.

Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 11:20
(1 Vote)

Deja un comentario

Asegúrate de ingresar todos los campos marcados con un asterisco (*). No se permite el ingreso de HTML.

  1. Lo más comentado
  2. Tendencias

ELECTRIC HEAD

...

Por Dr. Gonzo / IA

NIN: Clavos de nueve pulgadas

Aquellos jóvenes inconformes e insatisfechos.

Por Álvaro Sánchez

Ese miércoles infernal presencié un mila…

Historias insólitas de ciudad.

Por Gabriel Arana Fuentes

22 AÑOS...

...

Por Rubén Flores

next
prev