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Para leer en la tarde...
Que las musas hablen.
Ya va siendo la hora de partir y te juro que quisiera quedarme atado a tu piel canela.
Hacerme viento para rozar tu cuerpo,
hacerme seda para cubrir tu carne.
El crepúsculo aún no llega, pero descubro en las sombras que dibujan los rayos del sol,
traviesos lienzos de calor, al colarse entre las ramas de los árboles,
las aristas de los edificios,
que te extraño cual retoño de flor al rocío.
Eres la razón de mi paz en este lugar,
pero también el bello tormento en la soledad de la distancia que nos separa.
Quiero estar en tu mirada, insolente, para que no me olvides.
Meterme entre tu cama, incandescente para evitarte el frío,
retozar en los pliegues de tu entrepierna,
sacudirme dentro de ti.
Poseerte.
Bañar tu espalda con mis manos y mi boca,
comerme tus tetas, beberme tu amor, tu pasión.
Me das ganas de tenerte,
me sacuden las hormonas del deseo que me provocas.
Y te penetro.
La danza es una mezcla de ritmos acelerados y lentos.
Furia y ternura incomprensibles, irónicas.
La tarde me obliga a largarme,
a decir que ojalá estas líneas fueran dedos
y la tinta mis manos para tocarte.
Mujer....
Veo tu piel fundirse con el café
de tu ropa.
Vienes y vas, y yo sin ti.
Regresas, hablas y no
es conmigo.
Provocas sueños intensos,
leves, efímeros, crueles,
insensatos.
Cabello largo, eclipsado
entre el negro original y
el rubio amalgamado.
Dueño de tu imagen y yo
esclavo silencioso.
Clavo mi mirada en tu cuerpo.
Manos vacías, labios secos,
sensaciones extrañas.
Caminas de nuevo. Yo observo.