El mito de la felicidad
Tarde Azul, extracto
Eduardo Villalobos

El mito de la felicidad

Observe los mensajes publicitarios, analice los discursos de los medios de comunicación,

navegue por las redes sociales, examine los libros más vendidos y se dará cuenta de que la ideología que los permea es una, a veces casi obsesiva y otras un poco ingenua, búsqueda de la felicidad. Es como si en todos los timelines, en cada pantalla, en los innumerables espejos, el mundo dijera «soy feliz», como si estar triste o nostálgico fuera como tener alguna enfermedad dudosa y oscura, como si aceptar que la vida no siempre es alegre representara un pensamiento fracasado y peligroso. 

Una de las frases más conocidas de Simone de Beauvoir es «las personas felices no tienen historia». La sutil ironía es evidente. En los años en que he vivido, no he conocido a nadie que represente ese “ideal” moderno de la felicidad. Ese ser que nos venden hoy, equilibrado y suertudo, a quien no lo cercan los problemas o el mal humor. Los modelos de estas idealizaciones me parecen seres más propios de una caricatura. Esbozos de “ositos cariñosos”, pero no seres humanos.  

Durante mucho tiempo, siglos enteros, la cultura se encargó de presentar historias realmente trágicas, y la gente se identificaba profundamente con sus tristezas y con sus derrotas. Los griegos asistían al teatro a presenciar cómo los héroes y los dioses se debatían entre dolorosas vías y enfrentaban un destino casi siempre adverso. Don Quijote, un verdadero éxito editorial del siglo XVII, traducido casi inmediatamente a muchas lenguas es, a pesar de su humor, un relato sumamente triste. Jamás se salva nuestro héroe, entre otras cosas porque su locura no encaja en este mundo. 

Los lectores del siglo XIX asistieron entusiasmados al nacimiento de narrativas en donde el amor, la esperanza, la libertad, la nobleza eran constantemente asediados por el azar, la crueldad y la derrota. Jean Valjean, Emma Bovary, Julian Sorel jamás fueron felices, y no por ello fueron menos queridos (o detestados). Su fuerza es su lucha en un mundo en crisis. 

Esto no invalida la comedia o el humor, que siempre ha sido otro espejo del mundo, pero me refiero al humor inteligente, mordaz, no a ese remedo de risa facilona e inocua que hoy también nos inunda. 

Así las cosas, recuerde: no tiene la obligación de ser feliz todos los días. La felicidad no es permanente ni es un estado natural de las cosas. Puede, eso sí, vivir ciertos momentos intensamente, luchar con todas sus fuerzas para vencer los escollos, aventurarse y descubrir, amar con locura, apasionarse, estar alegre, lo que usted quiera. Lo demás es bluf bluf, recuerde. 

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