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Des-acumulando cosas
Esa taza, ese suéter o ese peluche que alguna vez se regaló ¿tendrán el mismo dueño?
En la ciudad de Zagreb, Croacia, se encuentra un museo llamado el Museo de las Relaciones Rotas. Dentro de este, se muestran varios objetos que alguna vez fueron regalados con el propósito de quedar bien, pedir perdón o, tal vez enamorar a la persona a quién se le regaló.
Hay un vestido de bodas que nunca se usó, un oso de peluche refundido anteriormente en un armario y hasta un teléfono móvil que el afectado entregó para que nunca le volviera a llamar.
Leí esto y me llamó la atención de cuanta porquería guardamos en la juventud: tarjetas, cartas e incluso esos boletos de algún concierto o función de cine que compartimos con la pareja de ese entonces… o con la que se esperaba ser pareja.
Tener objetos de otras personas no solo abarca espacio sino abre recuerdos innecesarios. Recuerdo una vez que al terminar con una novia, me regresó su suéter y siempre lo tuve en el baúl del carro por cualquier emergencia que tuviera con la lluvia; ya sea para secarme los pies o limpiar el vidrio empañado. Lo malo es que todavía olía a ella. Lo regalé a una persona que pedía limosna, pero nunca supe si esa persona también se incomodaba con el olor a exnovia.
Y ni qué decir de esas tazas ataviadas con celofán o duroport y tres besos de chocolate que le regalaron a uno en las oficinas para disfrazar el Día del Cariño con el Día de la Amistad y el Compañerismo. Una vez doné una caja llena de tazas de todos los colores, banderas, caricaturas y marcas que recibí durante todos mis años de trabajo en un medio de comunicación.
¿Tendríamos que tener esos regalos que nos dio esa primera novia, el compañero de trabajo que ni nos acordamos como se llamaba o el familiar que daba siempre lo mismo a los mismos?
Uno mismo le da el valor a las cosas. No me imagino a mí mismo como esa persona acumuladora (que sale en ese programa llamada coincidentemente Los Acumuladores) que al ver que le enseñan un adorno quebrado de cerámica dice: no, eso no hay que botarlo. Un día me servirá.
Reconozco que vengo de una familia acumuladora. Mi abuelo encontraba piezas tiradas o recogía los juguetes de mis tíos al castigarlos para decir: esto me servirá para que en mi clase de inglés pueda decirles a mis estudiantes “This is a toy car”.
Lo único que he acumulado son los sets de Lego que le he comprado a mi hijo y que hemos recibido de regalo. Digo “hemos” porque disfrutamos armarlos en su momento. Algún día esos sets de Star Wars, Minecraft o de Marvel valdrán la mesada de mi jubilación.
Por lo pronto, cada día veo como quitarme del peso de tener cosas de antaño. Mi casa no me deja y la vida me ha enseñado a que uno no se puede llevar nada. Así que hay que disfrutar cada regalo que nos dan:
El libro aburrido de autoayuda hay que leer para no decir que no se leyó, la camisa del color más feo hay que ponérsela en Diciembre debajo de una buena chumpa, el cuaderno con diseño psicodélico que nunca usarías para hacer apuntes bien se podría usar para la lista del súper.
Hay que usar las cosas y objetos sino los objetos lo usan a uno.
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