Eduardo Villalobos

Frida Kahlo, lecciones de vida

Primero fue una poliomielitis que inundó su infancia de penumbras incesantes.

Luego un accidente le partió la columna vertebral, las piernas, el tórax, el útero con el que deseaba tener los hijos que nunca dio a la luz. Luego fueron las sucesivas operaciones, los corsés, los estiramientos, los abortos terapéuticos, el amor roto, una pierna amputada. Hay vidas marcadas por el dolor, y unos escalones arriba están las que son como la de Frida Kahlo.

Pero ella se dedicó a encontrarse, al amor, a participar activamente en las búsquedas colectivas de su época, a beber el tiempo apasionadamente, pero sobre todo a pintar. En los 47 años que habitó sobre sus propios escombros se dedicó tenazmente a retratarse de una manera tan fiel que no podemos sino estremecernos ante la enorme fuerza expresiva de su obra.

No es el uso del color, casi siempre vibrante y vertiginoso, ni son sus capacidades innegables como retratista, tampoco son sus composiciones que tienden al equilibrio de las huidas, en realidad es otra cosa lo que impacta profundamente en los cuadros de la pintora mexicana. A mí me parece que es su impudicia, esa capacidad de mostrarse sangrante, dolorida y desnuda, sin vergüenza, frente al mundo que la observa. Porque la obra de Frida Kahlo es Frida Kahlo. Y pocos artistas han sabido retratarse con tanta nitidez. Pero todo ese dolor que vemos en su obra no concita la compasión. Es por el contrario un intenso aullido que sublima la angustia, la convierte en un enorme estallido de luz y de expresividad.

La gente se queda con su imagen pública, con sus amantes, con sus noches inacabables entre el alcohol y la fiesta. A eso han contribuido algunas películas, que deforman su imagen, que ocultan sus cotidianas derrotas. Pero ella fue algo más: una luchadora, una revolucionaria de la intimidad, una palmera llena de frutos en medio de un desierto.
Lo suyo fue el dolor. Todos los días, a todas horas, de múltiples maneras. Mientras otros se enfrascaron en pintar lo metafísico, en ciertas abstracciones más bien cerebrales, ella se reflejó a sí misma, y de su tragedia construyó una sublimación exacta y demoledora.

La gente suele ocultar el sufrimiento o enfrentarlo a partir de la evasión. La enorme fuerza de Frida Kahlo fue tomarlo, asumirlo y transformarlo en arte. Esa, simplemente, fue la enorme lección de vida que nos legó. Además del compromiso con su tiempo. Gran guerrera ella. Dicen que casi las últimas palabras que escribió fueron estas: «Espero alegre la salida y espero no volver jamás».

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