- Ciudad Bizarra
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De como un duende enano se cagó en mi noche
El día empezó perfecto y, apenas nos libramos de cheles y cabellos rebeldes, nos lanzamos al supermercado. Queríamos evitar ese insoportable tráfico sabatino que empieza a emanar por eso de media mañana pero que cataliza en una escena postapocalíptica alrededor de las 12:00 horas.
Mis papás y hermana nos visitaron para almorzar entonces Teshy preparó unas chilaquilas inundadas en queso y salsa, capaces de abolir la discriminación, terminar guerras y detener el calentamiento global. Todos satisfechos, tomamos café con pan de banano, que preparó Esther en el acto.
Mi mente perversa de tendencias auto destructivas conspiró en ese momento. Quería endosarle, egoístamente, a mi bendición con mi siempre abnegada madre. Así, podría resolver un delicado asunto de cervezas que rondaba mi cabeza desde la noche anterior, y que además, no me dejaba funcionar a cabalidad, por lo que no podría atender de forma responsable a mis tareas como padre y ciudadano.
Con el niño bien asegurado, camino a la casa de su abuela, trazamos una ruta, tan genial como simple. Debíamos sacar el mejor provecho a un presupuesto limitado de esa, aún joven, noche: Empezaríamos la velada, Teshy y yo, en el Rubí, un ponderado espacio, del género “Restaurante Chino”, que compensa la falta de rockola con buen servicio, precios accesibles y cerveza de barril. Luego, al “Rockolvuh Artesanal”, al cual, a pesar del nombre pretencioso, habíamos visitado un par de veces y quedamos satisfechos con la atención, un espacio intimo con música en vivo de mara con buenos covers, pero sobre todo, propuestas sinceras, una vibra chilera.
La primera mitad de nuestro recorrido lo hicimos juntitos, sin más mara, bien platicadito, con Bronco, Selena y una que otra cumbia sabrosona de fondo, que de vez en cuando, nos sacaban de nuestra inmersión el uno de la otra, para un improvisar un movimiento de hombros y quiebre se cintura, sin dejar la butaca. En estas prácticas nos disfrutamos un delicioso pichel de cerveza clara, hasta que llegó el momento de partir hacia el siguiente espacio.
El espacio es pequeño, y estaba casi impenetrable, pero en la mesa del fondo, el destino nos sonrió con una de esas entrañables y peligrosas amistades del alma que despilfarraba su sueldo en cerveza. Nos sentamos y empezamos a beber mientras la mesa se nos seguía llenando de amigos y amigas que iban llegando, mientras la noche avanzaba hacia aquella fatídica hora seca.
A diferencia de las ocasiones anteriores, la música tenia un tono diferente, gracias a la colaboración de dos de los músicos habituales del escenario del espacio contiguo, el Rockolvuh. Sí, el Rockolvuh pero a secas, que no es de mi total agrado, por razones que no vienen al caso y pues, cada quien lo suyo. Los músicos eran muy buenos, muy buenos, sin embargo algo de lo “no tan pulido” de quienes escuché anteriormente, daba la sensación que el espacio pretendía promover banda emergente, o al menos, no del decadente “mainstream” de la música nacional. Como dije, cada quien lo suyo, todo bien hasta allí, sin embargo, una figura lúgubre nos rondaba esa noche.
Habitual penitente de los pasillos de aquel antro, el vocero de la andropausia, el celoso duende guardián de su propio ego y glorias pasadas, el tamborilero con el alma de pasados músicos encadenados a su avaricia.
Dos de nuestros compañeros tertuliantes eran también músicos, y en la barra, un colaborador y amigo propuso a los antes mencionados, subir a tocar una rolita al terminar el miniconcierto. Después de un poco de insistencia, los compañeros bohemios bebedores aceptaron la propuesta. Esperaron su turno sin saber que el duende avaro escuchó todo el intercambio y saltó al escenario con la clara intención de evitar que mis amigos subieran.
Toco, mal, como cuatro rolas del alma que tiene atrapada en las catacumbas del bar, para seguir violentando el recuerdo del cantante, penetrando su dignidad con su vulgar e insaciable ego. Después, el escroto con patas invitó a tocar a un su amigo, aun cuando este mismo le dijo que iba a tocar alguien antes, “vos vas a tocas” dijo, cerrando efectivamente el espacio para nuestros compañeros.
Ordenó que ya no subiera nadie después y luego se pavoneo hasta nuestra mesa para decir salud. Este fermentado prepucio, no contento con su culerada, llegó a nuestra mesa a restregarlo en nuestras coloradas caras.
Arruinó oficialmente el lugar para mi, y de verdad lo siento por el resto de personas del lugar, que son talega, pero prefiero no volver para no toparme a ese hijo de cien mil pares de gonorréicas pijas, esa postula apestosa, plasta de caca asoleada.
¿Algún buen lugar que recomienden para beberts?