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La Otra Cara

Así respondió Sophia Rodas en su trabajo final "20 preguntas existenciales" para el curso Estilística 2019. Ella es estudiante de comunicación y YouTuber, conoce su canal en este enlace.


Por fuera aparentamos ser invencibles, aunque por dentro batallan nuestros ángeles y demonios. Mientras, el reto más grande que nos ofrece la adolescencia es la búsqueda de la identidad. Si tienes suerte, la encuentras y gozas de los mejores años de tu vida. Si eres como yo, terminarás por pelear con tu propia sombra. A veces, los demonios tienen alas más grandes y se adueñan de tu vida. Perderte a ti misma, es perder los estribos del carruaje. Algunos demonios son más fuertes que otros.

En el caso de Miedo, puede convertirse en un aliado si aprendes a controlarlo. El secreto está en sentir el terror en las venas y hacer lo que tengas, de todas maneras. La siguiente es Ira, descuidarla significa presionar el botón de autodestrucción. Puede ser tan buena como mala. De usarla con moderación es capaz de funcionar como acelerador, aunque en exceso acabas por estrellarte.

Después se encuentra Deseo, no hay más remedio que dominarlo. Si toma el control, todo está perdido. Un día despertarás y te darás cuenta que no reconoces a la persona en el espejo. Te encontrarás viciado por tu dopamina favorita, aunque eso te lleve a la ruina. Pero el demonio más fuerte de todos es Mente, con el control de tu vida, acceso a tus expedientes secretos y a tus inseguridades, es capaz de hacer lo que sea. Las primeras tres son solo una célula de Mente. Controlar a este demonio no es nada sencillo, ¿acaso se puede controlar algo tan poderoso como la mente?

La mente es poderosa, pero muy fácil de manipular. Basta con una breve exposición a la publicidad para cambiar por completo. Un gran porcentaje de nuestros argumentos se adquieren por casualidad. Hasta el más pequeño de los pensamientos que tenemos se deben al aprendizaje. Es imposible negar que nunca vimos una serie que nos cambió. Decir que tenemos un argumento propio es como descubrir el agua azucarada. La manera de pensar que cada uno posee es una mezcla de experiencias, algo condicionado por esa parte de la sociedad que nos hace sentir que encajamos.

La prueba que tengo es mi punto de vista sobre temas controversiales como la libertad de expresión. En mi casa me inculcaron ciertos valores que hoy en día no respeto. La razón es que encontré un mejor camino a seguir, que me hace sentir satisfecha. Y esta manera de pensar se produce por el contexto sociocultural.

Ser liberal en un país tan conservador como Guatemala puede llegar a ser frustrante. La magnitud del machismo, la homofobia y el racismo de la época colonial me resulta ofensiva ¿Cómo es que en el siglo XXI existan personas tan retrogradas? Es cierto que existen problemas más grandes que las necesidades de las minorías. Pero en tal caso,

¿por qué las personas se ofuscan en reprimir a esa población?

Sería muy sencillo dejar que todos amen a quien elijan y establecer leyes que promuevan la equidad. Simplemente no negar esos derechos. Para alguien que apoya la libertad, siempre y cuando no dañe a otros, vivir en un contexto opresor es difícil.

En una perspectiva más general, vivir en la Tierra es caótico y hermoso. Por una parte, están los paisajes que la naturaleza nos ofrece. El encanto que tiene nuestro planeta es incomparable. Por otro lado, la humanidad va de mal en peor, la codicia y la ambición se han apoderado de todo lo bueno. En la Tierra las culturas se detestan unas a otras, la tolerancia y el respeto han pasado de moda. Las ciudades llenas de esmog y los corazones corruptos por la envidia. Los bosques transformados en centros comerciales, y los plásticos acumulados en los mares. Por supuesto que esa parte resulta asquerosa. Lo caótico y hermoso vendría siendo la compañía.

Vivir en cualquier lugar del Universo sería en vano sin los rostros de quienes le dan sentido a la vida. Aunque el planeta se desmorona de poco en poco, la fe en que aún existen personas buenas permanece. Siempre me he considerado como una persona muy empática. Cuando alguien sufre, no puedo evitar sentirme mal. De igual manera con la felicidad. Aunque la mayor parte del tiempo estoy dispuesta a ayudar a quien lo necesite, hay situaciones que prefiero evitar por completo.

No soy fan de los niños. En general intento mantener mi distancia con ellos. Adoro ayudar a fundaciones que trabajan con niños, siempre y cuando esté en el área administrativa. La última vez que colaboré con una fundación de este tipo fue con las Obras del Hermano Pedro. Durante meses recaudé víveres. En pocas palabras prefiero ayudar a quienes ayudan. Entiendo a la perfección a las personas con hijos, pero es algo que no encaja conmigo. La idea de cuidar a alguien más es tenebrosa. No solo por la responsabilidad que conlleva, sino porque no me considero capaz. Apenas puedo cuidar de mi misma en situaciones tranquilas, en escenarios complejos como los que presenta la vida ¿cómo podría yo cuidar a alguien más y a mí misma?


En ocasiones considero la idea de hablar con la muerte para preguntarle por qué es tan injusta. Hay personas tan buenas que mueren de formas tan espantosas, personas malas que llegan a vivir 90 años mientras que niños inocentes mueren a los 9 años. Me encantaría preguntarle por qué espera al momento más inapropiado para llevarse a sus víctimas. Es decir, alguien puede estar atormentado y pasando por el peor momento, pero la muerte no se lo lleva. O puede que alguien acaba de encontrar su vocación y la muerte decide que es hora de llevárselo.

Por supuesto que no podría faltar la pregunta de ¿cuándo es mi turno? Sobre todo, me gustaría preguntarle por qué se lleva a las personas más queridas y por qué no nos deja decir adiós. Nadie tiene la vida comprada, el último minuto de tu vida podría ser ahora. Entonces ¿Por qué no aprovechamos el tiempo que tenemos? Sí, en algún momento moriremos. Pero hasta que ese momento llegue, perderemos a muchos seres queridos. No solo en la muerte, sino también en la vida.

Hay una maldición que nos ciega, que no nos permite ver lo que tenemos hasta que lo perdemos.

Valoramos a una persona cuando ya no está. Nos afecta su partida cuando sabemos que los momentos no volverán, pero cuando los teníamos no importaban. Es un acto egoísta. No nos interesa la otra persona. Solo nos interesamos porque ya no tendremos lo que nos brindaba, porque nos hará falta.

La incertidumbre de no saber si los veremos de nuevo es angustiante y la única manera de sanar, es confiar en la vida eterna. No existe evidencia que comprueben la vida eterna. Por un lado, están los religiosos, que apuestan sus vidas a creer en el cielo y en el infierno. Durante toda su vida siguen un reglamento que les proporcionará un pase a la vida eterna. No tienen pruebas, pero su fe es más grande. No importa que no sean felices en su vida en la Tierra, porque ellos confían en la resurrección y el reencuentro con sus fallecidos.

Del lado opuesto están los ateos y los agnósticos, que no creen en absoluto o evitan explorar la existencia de algo supremo. Ellos prefieren vivir plenamente en la Tierra, aunque eso les niegue el paso al paraíso. En caso de ser toda una farsa, disfrutaron de su tiempo.

Por último, están los que creen en la vida eterna, pero no en la religión, que no hay que seguir al pie de la letra ningún tipo de regla. Que las acciones valen más que 365 días al año visitando la iglesia. Esto es lo que considero real. Ser feliz en vida y dar lo mejor para llegar a la próxima. Sin certeza de la vida eterna, y sin la fecha exacta de mi muerte se supondría que debería vivir cada día al máximo.

No es así, nadie puede vivir así. Preparase para morir a cada instante sería lo mismo de no vivir al máximo. Además, no se pueden arriesgar todas las pertenencias confiando que será el último día de nuestras vidas. Lo ideal sería cuidar las cosas como si fueran a durar para siempre y disfrutarlas como si fueras a morir hoy.

Si muriera hoy, creo que dejaría muchas dudas sin resolver. Se formaría una reunión de 30 a 60 personas en promedio. Mis redes sociales quedarían vacías, algunos seguidores preguntarían por mi inactividad hasta descubrir lo que sucede, y si en un par de meses no tienen respuesta, se aburrirían y lo dejarían ir. Lo triste sería que ninguno de los que asista a mi funeral me conoce realmente, así que no podrían dar un elogio del cual me sienta satisfecha. Todos dirían falacias y datos superficiales sobre mí, pero nadie podría describir quien era yo en realidad.



A veces, para distraerme, me cuestiono lo que significaría darme cuenta que soy un robot. Si un día despertará en un accidente y una herida mostrará partes de metal, circuitos y hasta chispas en lugar de sangre. No me sorprendería. De hecho, eso explicaría muchas cosas. Por ejemplo, mi frialdad con las personas, mi sentido de invencibilidad, entre otras. Esa podría ser la razón por la que me salgo de los esquemas. Lo único que me preocuparía sería que alguien me diseñó y me programó. Sería el producto de alguien.

Si alguien controlara mi voluntad ¿cómo podría saberlo? No podría saber si lo que quiero es por causa de un ser superior o si es una decisión propia, autónoma. En caso de haber sido programada para seguir órdenes y para olvidar el momento de mi creación, dependería de mi creador. A menos que este quisiera decírmelo, no me enteraría nunca ¿Y qué tal si mi creador es un ser de otro planeta?

Es imposible que los humanos seamos los únicos seres con conciencia de nosotros mismos. El universo es demasiado grande como para creer que estamos solos. Allá afuera existen seres con conciencia, quizá más inteligentes que nosotros. Eso es seguro. Aunque tal vez no es como las películas lo pintan.

Supongamos que estos seres espaciales decidieran venir a la Tierra. No tardarían más de dos horas en tener el control. En medio de eso, una voz telepática comunica que vienen a buscarme. Sé muy bien que es lo que buscan. Mi mente. El tornillo que me falta sería el responsable de mi secuestro espacial. Llevarían meses observándome y sabrían todo sobre mí. Mi inmunidad hacia las enfermedades, mi tenacidad, mi habilidad para los números y la creatividad. Esa mezcla es lo que podrían buscar. Además de mi rareza interior.

Considero que, si yo fuera hombre, la situación sería diferente. Pocas cosas me harían destacar. Y esto se debe a la simplicidad de ser hombre. De no haber pasado por mis experiencias como mujer, no sería quien soy. Sería el típico crédulo que se considera un galán y hace lo que quiere. La vida no sería tan complicada. Aunque sería aburrido, tendría mayor libertad para ser yo, al menos esa versión de mí sin lecciones de vida.

Todo sucede por algo, cada experiencia que vivimos nos hace mejores o peores personas. Siempre hay algo que cambia en nosotros. Incluso cuando no sucede nada, cambiamos. La vida es muy incierta, nadie sabe lo que sucederá mañana, o lo que sucederá en cinco minutos. Muchas veces no le encontramos sentido a lo que pasa, y no es culpa de nadie. La vida es la cosa, por llamarla de alguna manera, más impredecible de todas. Por más que tengamos algo planeado, si la vida no quiere que así sea, no será. Tal vez no todo sale como queremos, no está en nuestras manos decidir lo que acontece, pero sí como lo enfrentamos.

La actitud con la que enfrentamos la vida es muy importante. De esto depende la felicidad. Por más mala que sea una situación, pero la recibimos con la mejor actitud, no tendremos tanto disgusto como de no hacerlo. Hay momentos en la vida en los que eres feliz y ni siquiera te das cuenta. Pasan los años, ves hacia atrás y te das cuenta de la felicidad que esos instantes tenían. Porque hay cosas en la vida que solo suceden una vez. Y nuestro deber es luchar por esos pequeños instantes felices.

El secreto está en encontrarle sazón a la vida, y apreciar cada cosa. Todo nos deja una lección, algunas más fuertes, y otras leves. Cuando olvidas los miedos, la felicidad se aparece. Cosas tan sencillas como hacer ejercicio, alimentarse bien, cuidarse, te hacen sentir mejor porque la salud está muy ligada a la felicidad. Pero claro, también existen los pasatiempos que nos llenan el alma y nos hacen ser quienes somos. Una vez alguien me dijo:

“Pase lo que pase, elegí ser feliz”.

El cierto, muchas veces tal vez no tenemos lo que merecemos, pero nos sobran razones para sonreír. Muchas veces no tenemos lo que merecemos, pero sí lo que necesitamos. En diversas ocasiones comprobé que cada detalle de la vida es un escalón para llegar a donde estoy. A todos nos ocurren cosas malas, pero sin ellas no apreciaríamos las buenas. No es noticia lo injusta que es la vida. A lo largo de los años caí en cuenta que, si no soy feliz con lo que tengo, tampoco lo seré con lo que no.

Durante mucho tiempo oculté mi verdadero yo. El miedo al rechazo me encarceló y me convirtió en un muerto viviente. Sin opinión, ni sueños. Eso cambió cuando decidí que las críticas no importaban, y comencé a hacer lo que me hace feliz. Poco a poco he descubierto partes de mí que no sabía que existían. No estoy segura de quien soy, pero sí de a donde quiero llegar.

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