Astrid, el rostro de la rosa

Astrid, Astrid, Astrid. Regreso a mi niñez y encuentro a la responsable. La detonante de buscar mujeres mayores que me defiendan, inviten a salir, que me seduzcan, me escuchen.. la responsable es ella, Astrid. Muchos de los detalles no los recuerdo con claridad. Mas mi madre gentilmente, y testigo de algunos de esos eventos, en vida tuvo a bien recordarme parte de lo que sucedió, lo que pareciera ser más un invento mío que un recuerdo.

Me encontraba yo en mi clase con 5 años de edad, en la escuela para párvulos Antonio José de Irizarri (la que aún existe) y Astrid estaba un año arriba, en Párvulos 2, con sus 6 ó 7 abriles. Un día, no sé a cuenta de qué, un niño decidió utilizar su Skeletor como bola de béisbol y me lo lanzó a la cara. El golpe fue tan fuerte, pero tan fuerte, que empecé a llorar. Total que decidí irme a la clase a llorar en paz.

De pronto apareció Astrid.

¿Cómo te llamás?

-Gabriel-

¿Ese niño por qué te pegó?

-No sé-, dije sin entender.

Astrid dio media vuelta y se fue a buscar a mi agresor. Sin mediar palabras y cual diosa justiciera decidió agarrar del pelo a mierderita ese y lo bajó al suelo:

-¡A Gabriel no lo lastimás nunca, oiste!, ¡si no yo te voy a pegar!-

sentenció y sus palabras fueron escritas en piedra.

Desde aquel día Astrid siempre me buscó, a la entrada de clases, al recreo y a la salida. Me caía muy bien la muchachita. Me llevaba comida, me compraba cosas en la tienda, platicábamos (a más de 30 años de distancia me gustaría saber de qué hablábamos). Jugábamos bajo una mesa que estaba en uno de los patios, no sé porqué estaba la mesa ahí.

Y recuerdo que hasta me regalaba dinero. ¡Lo que significaban Q0.25 allá por el 1988!, para mí era una fortuna equiparable a las minas del rey Salomón, si es que tales existieron. Jamás había tenido tanto dinero para mí solo. Pero como todo en la vida, cuando la felicidad toca nuestra puerta y decide quedarse un rato, las sospechas de los envidiosos no tardaron en llegar. Mi mamá se empezó a cuestionar cómo hacía yo para cosechar mi fortuna, para amazar esas millonadas.

-¡Bueno, vos!, ¿Y quién te dio ese tortrix?-

-Yo lo compré-.

-¿Así? ¿Y con qué dinero?-

-Con el mío-

-¿Y vos de dónde putas sacaste dinero?-

-Me lo regalan-

-¡Te lo regalan! ¿Y quien te regala a vos dinero?-

-La Astrid, siempre me da....-

Como fui de idiota, cavé nuestra tumba Astrid... ¡perdón! Aún recuerdo con tristeza esta historia. Mi madre molesta y envidiosa, sepa la vida porqué, lo cierto es que tal acto le causó molestias. Seguramente pensó que el amor de su hijo se lo estaban robando a temprana edad, la cosa es que no lo sabré nunca. A la mañana, siguiente mamá decidió hablar con la abuelita de Astrid, y entonces mamá se cagó en todo.

No quiero ahora, a pesar de que más de 30 años han pasado de esta historia, recordar qué hablaron. Solo sé que la abuela de Astrid la regañó y le dijo que no me diera dinero. La regañó mucho para mi gusto, mucho. Lejos miraba yo como la vieja esa le jalaba el pelo a Astrid y la puteaba, me sentí mal, seguramente ese fue mi primer remordimiento.

Total que al día siguiente me acerqué a Astrid. Me empujó:

-¿Por qué le dijiste a tu mamá?-

-Es que me preguntó y le dije, pero fue sin querer -

Dije con los ojos llorosos y el alma en pedazos. Pasó el tiempo y como con todas las mujeres, costó que se le fuera el mosh, pero seguimos siendo amiguitos. Ella me seguía defendiendo, comprando comida, manteniéndome... ¡qué lindo ese amor!

Tras aquella conversación, su abuela y mi mamá siguieron hablando por cortesía. Mi mamá cuenta que le daba risa (y se escondía para que yo no me diera cuenta) ver como Astrid me buscaba y como yo hacía todo lo que ella me decía. Digamos que a la distancia cualquiera diría que era un mandilón, pero no pasa nada, éramos solo amigos, solo eso, amigos.

De pronto un día dejó de llegar a clases. Al principio no le di importancia, pero pasó el tiempo y me empezó a entristecer su ausencia pues de pronto jugaba solo en aquella mesa. Pensé que se había cambiado de escuela o algo similar. Digamos que cuando uno es niño no piensa en el despecho, el abandono y mucho menos en la infidelidad, no es que me haya pasado en mi cabecita rapada el pensamiento: “quizás ahora juegue con otro niño al que le da todo lo que a mi me dio” no, esas cosas no se piensan a esa edad, solo cuando uno ya está crecidito (como en la universidad).

Pensaba en ella y me preguntaba por su paradero. Le pregunté a mi mamá y me dijo que ella no sabía nada y como buena mamá insensible, me empezó a molestar con que de seguro me gustaba y esas cosas que uno no entiende y le incomodan a esa edad. Pasaron los meses hasta que mi mamá por azares del destino se encontró con la abuela de Astrid. Pero mamá me contó la conversación muchos años después.

Resulta que la tristeza que la Mamá de Astrid tenía por su hija era inmensa. Por lo que decidió pagarle a un coyote para que le llevara a su hija a EE.UU. específicamente a Nueva York, ciudad en donde vivía como mojada. “Vieras cómo estaba la abuelita de Astrid” me contó mamá muchos años después. La viejecilla con lágrimas en los ojos le explicó a mi mamá que el viaje de Astrid no fue precisamente el mejor. Le perdieron el rastro. Astrid y el coyote de repente habían desaparecido del mapa.

Recuerden que era 1988, no habían celulares ni email a cual acudir. No se sabe a ciencia cierta qué sucedió, Astrid llegó tres semanas después a su paradero a pesar que el coyote había prometido cuidarla como su hija y entregarla sana y salva una semana después de su salida de Guatemala. El coyote dijo que el atraso de las dos semanas fue por problemas con la policía de México. Según la abuela, Astrid no quiso contar cómo le había ido en el viaje pero que había llegado muy triste.

Nunca supe nada más de Astrid. Seré positivo y diré que no le pasó nada. Seguramente esas dos semanas se las pasó en zoológicos y ferias atravesando todo México. Quizás tuvo muchos amigos que la trataron muy bien y que la quisieron tanto como yo. Supongo que ahora, a sus 40 años, tendrá una exitosa vida de inmigrante en EE.UU., quizás como buena latina ya esté casada con un John Doe y tenga hijas e hijos con los que vivirá feliz por siempre jamás.

Pero de toda esta historia, lo único que me duele y que añoró es el no recordar su rostro. Por más que intento y me esmero, no recuerdo como eran sus ojos, como era su sonrisa o, a qué olía. En mis recuerdos aparece sin rostros, como si tal historia esté condenada al mito, como si el rostro de Astrid, como si el rostro de la rosa estuviera condenado al olvido.

Reedición. Publicado por primera vez el 3/7/09, a las 15:16 horas.

 

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