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Verdaderos milagros
Es evidente que Guatemala no es un país donde el arte y la cultura tengan un lugar, si no central, por lo menos importante.
Basta con ir al vecino México (no a Europa o Asia, sino a esa nación contigua que genera ciertas pasiones encontradas en algunos chapines) para darse cuenta de las enormes diferencias.
Aquí casi ninguno de los escasos museos que existen abre los domingos, por ejemplo. Los teatros de la capital pueden contarse con los dedos de las manos. Y generalmente sobreviven de comedias facilonas o inocuas. En el interior del país a veces ni siquiera hay teatros. Cuente usted también las librerías, las bibliotecas, las salas de conciertos, incluso los parques, compárelos con los centros comerciales y se dará cuenta de esa especie de vocación colectiva que nos inunda: nos interesa más el consumo que la imaginación.
Y qué decir del sistema educativo que, con honrosas excepciones, se encarga de domesticar la creatividad, el pensamiento divergente. Verbigracia, se piensa que la gramática es más importante que la lectura. Y esto se transmite y se fija en un país que necesita urgentemente de los sueños para reinventarse.
Sin embargo, el nuestro es también un país que ha generado numerosos artistas. Muchos de ellos no provienen de familias acomodadas sino de las clases medias o de las populares. No todos son capitalinos, sino han nacido en la Guatemala profunda. Deben ganarse la vida en empleos que a veces no tienen nada que ver con los lenguajes con los que expresan el mundo. Así, acometen sus empresas y sus delirios en jornadas dobles o triples, que abarcan en muchos casos hasta los fines de semana. Y además tienen que comer.
Esa es la realidad de mucha gente de teatro, de escritores, músicos, cineastas, fotógrafos, cantautores. No reciben apoyos o becas por su trabajo, como ocurre con el talento en otros lados del mundo. Tampoco a la gente parece importarle lo que hacen, embebida como está en el consumo y el status. Hablo de la generalidad, por supuesto. No se trata de hacer una tragedia con esto, debido a los innumerables problemas que debemos resolver. Pero quisiera resaltar que los artistas, hablo de los verdaderos, de los honestos, son, en esta realidad, una anomalía, algo que no encaja, una tribu que resiste y con su pasión nos refleja, nos cuestiona, nos ilumina el camino.
Son verdaderos milagros en medio de este páramo. Un grito en la sombra. Un enorme trozo de fe. A todos mi respeto, mi admiración y mi asombro.