Eduardo Villalobos

El club de la serpiente

En medio de la vorágine, la gente sigue imaginando otros mundos y otras vidas.

Hay ciudadanos que, sobre las horas, pasan lentamente las páginas de un libro, y en ellas les acontecen alumbramientos o revelaciones; o escuchan los sonidos continuos, a veces acompasados, otras frenéticos, de sensaciones convertidas en progresiones, en música; o ven historias terribles o tiernas frente a una pantalla; o se hacen preguntas serias o juguetonas, pero que siempre importan mucho; o se emocionan intensamente frente a imágenes de la realidad o del sueño.

La gente crea, se regocija, tiembla. La gente necesita historias, utopías, certeros espejos. Y por eso busca siempre narrativas y símbolos, quimeras y palabras frescas. De ahí la importancia de las manifestaciones del arte y la cultura. Por eso queremos tanto algunas canciones, algunos libros, ciertas películas. Son incandescencias que nos ayudan a sobrellevar la vida.

En un universo llamado Rayuela, Julio Cortázar congrega a sus personajes en un no-lugar llamado El club de la serpiente. Ahí, en cualquier café, en alguna casa, debajo del cielo de París, estos amigos dedican sus horas a charlar sobre la literatura, la música, el arte, la filosofía, la cotidianidad y la espera. Sus discusiones son abiertas y contradictorias, como el arte mismo. Muchas de las páginas más brillantes de Rayuela ocurren en El club de la serpiente.

Hace unos días, Gabriel Arana me invitó a escribir una columna y como soy bastante irresponsable acepté. No sé bien a qué me estoy metiendo, en qué puede parar todo esto. Por lo pronto, pienso hablar acá de algunos creadores que me han parecido, debajo de los años que llevo bajo las bombillas eléctricas, brillantes o intensos o necesarios. Hablar de libros y de películas para pasar las tardes y el silencio. Hablar de aquellos lenguajes que me han deslumbrado. Y ahí empezar un diálogo, como una conversación entre amigos, como una tarde en El club de la serpiente.

Sirva el título de esta columna como pequeño homenaje a ese espacio de Rayuela, en que Cortázar rinde homenaje a un grupo de disparatados seres que se reunían, que se reúnen aún en nuestros sueños, para hablar de la fe que significa crear, de la apuesta insensata que es la vida. Para hablar sobre la libertad, un poco también sobre la luz, y mucho sobre la sombra.

Por acá nos vemos, entonces. Será un gusto platicar con ustedes.

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Última modificación Domingo, 17 Marzo 2024 10:01
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