Luis Gabriel Franco

Camino de espinas

A todas esas almas longevas de nuestras familias.

El dolor de una pérdida... no es lo que lástima, lo que hiere es el camino sufrido, largo y tormentoso que conlleva.

Desde hace ya un par de días las penas han estado presentes. Noches de desvelo y pensamientos que aterrizan en una idea dolorosa, causada por una muerte anunciada. Todo esto gracias a una caída, para mis ojos es algo simple, pero para ella es más que eso. 96 años, que ya le pesan, los lleva cargados a su espalda. Todo se resume en un golpe que la debilitó por completo.

Luego de cumplir los 96 se vino abajo, estaba completa, podía caminar con facilidad y no le temía a nada. Una semana duró la felicidad, solo para luego levantarnos con la noticia de que habría sufrido una caída. Ya no quiso caminar sin ayuda, se cansa muy rápido, no quiere hacer nada, todo es diferente ahora.

Llegamos de visita a su casa, saludamos como es costumbre y ahí la vi. Se notaba el desgaste, pero me sorprendió que, a pesar de todo, seguía luchando para estar feliz. La abrace y me dijo al oído que se sentía feliz de vernos, yo solo podía pensar en cómo saldría de esta situación. Me senté con ella y platicamos durante un tiempo. Hablaba de las mismas historias, esas que ya conozco de memoria, pero siempre es reconfortante escucharlas de nuevo. Luego de un par de horas llegó mi tía, nos contó la situación y todo se puso tenso. Mi papá no dudaba en que era tiempo de prepararse para un deceso, mi mamá no quería creerlo y daba opciones de una posible mejora, y yo solo escuchaba mientras la veía sentada en el sofá. Un silenció ingrato inundó la sala, todos pensaban y sufrían a su antojo.

Pasó el tiempo, la visita terminó y decidimos regresar a casa. Al llegar todos subieron y me quedé platicando con mi mamá. Me dolía ver como su esperanza iba decayendo, se desahogó conmigo de todo lo que la atormentaba en esos momentos. Con un gran suspiro dijo “Bueno, que pase lo que tenga que pasar”, la vi a los ojos y no dije nada.

Comprendí que ya estaba llegando el momento, todos lo comprendieron. Desde ese día han llegado familiares de todos lados solo a querer saludar, es obvio que se están despidiendo. No me siento triste, yo se que la hora final se acerca, pero si me duele ver como se desplomó tan rápido. De ser alguien que solía hacer su rutina diaria sin complicación, pasó a necesitar la ayuda de todos. Se debilitó en un instante, ya no se puede hacer nada, y lo único que queda es esperar a que este camino de espinas se convierta en un jardín de rosas.

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