Juan Pablo Dardón

No huya

Iluminada.


La noche en la playa es el centro del universo personal, es asistir a una fragua porque allí se puede escuchar respirar al planeta. Hace algunos años me fui a la costa a escribir un libro y el vaho diurno me lo impidió, fue la noche con su brisa el refresco a las letras.

Durante el día era un devenir de gente, poca, porque tuve a bien asistir en época baja, no en esta donde se combate al mar y a la marabunta de personas tratando de escapar por la frontera de olas, sin irse. Se arrejuntan esperando que el agua vomite el oro de los galeones y solamente reciben bronceador.

La vida de puerto es de una placidez embriagante, y no lo digo nada más por la banda sinfín de cervezas que tanto bien le hace al visitante que trata de escapar sin nunca lograrlo del todo.

Si no, por la rutina al compás del océano. El día es hipotónico y desfila haragán por las cabezas de los pasantes, muchas playas y todas son los mismos. Se crearon para comer en palco, los mejores frutos del marinos. Algo tiene el mar de constancia, palabra que marea, si me lo preguntan. La constancia, claro.

En la Costa Brava catalana, recordaba en mi playa de arena negra, comer pulpos fritos en aceite de oliva con vasos altos de cerveza clara y el mar desgañitándose contra las piedras. Aquí, me iba de boca dentro del copón del ceviche y escribía sobre mujeres como olas.

En Semana Santa, hombros cargan sus penas en las procesiones, y arenas cargan decenas de miles de bañistas, la Semana Santa no perdona y alguien siempre tiene que hacer penitencia. La tierra sobre el hombre y viceversa.

Use su inteligencia y escóndase como lo hago yo, en cuevas nocturnas y salga a la ciudad a disfrutar ese paraíso ignoto que es una calle despejada. Haga de cuenta que las costas de nuestros países son el anzuelo para los necios, el verdadero premio resta en el frescor oscuro de manejar por la ciudad guardada.

Yo le recomiendo que lleve su mejor música a pasear a esas calles y cante a pulmón abierto lo elegante de la soledad. A lo mejor nos encontramos, nos sentamos en una banca, tomamos vasos altos de frescor claro y hablamos de música, mientras acontece el martirio de los incautos.

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