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Comiendo en el escritorio
En el primer día que uno empieza a comer en el escritorio del trabajo, uno ya se jodió.
El almuerzo es, como las otras comidas, algo sagrado. ¿A quién no le enoja que, a mitad de sus alimentos, lo interrumpan? Ya sea con un: “disculpá, yo sé que estás almorzando pero…” o “hay que pena, disculpa que te interrumpa, ¿puedes…?” cualquier segundo o minuto extraído de la dichosa hora de almuerzo es perdido.
Digo la hora de almuerzo, porque la mayoría de trabajos dan una hora. Siendo operario trabajé en un lugar donde daban una hora de comida. Eso sí, eran tres descansos de diez minutos y otro de media hora. Ahora que los recuerdo digo: “desgraciados, así no rinde uno”.
También recuerdo que mi papá tomaba una hora y media de almuerzo combinada con su respectiva siesta. Nosotros vivíamos en una colonia de la Calzada Roosevelt y él trabajaba en la zona 1. Nos recogía al colegio en su carro y nos íbamos a almorzar a la casa. Tomaba 15 minutos de siesta y a las 2:30 ya estaba listo para salir. Hoy, con el tráfico y el ajetreo sería imposible hacerlo.
Almorzar en la casa es imposible si se trabaja entre semana en una zona de la ciudad diferente a donde uno reside. Por eso, muchos trabajadores recurrimos a la clásica lonchera de almuerzo del día anterior. Otros, con más posibilidades económicas o menos habilidades culinarias, propias o de su cónyuge, prefieren ir a comprar los almuerzos ejecutivos de la oficina o de los comedores cercanos.
En algunas empresas u oficinas existen espacios para almorzar. Esto en teoría debería ser así: toda institución debe tener un espacio para consumir los alimentos… y que no esté cerca del baño. El problema radica cuando son varios trabajadores y se debe compartir un microondas, una mesa e incluso una silla.
Yo dejé de comer en la mesa comunal cuando la plática de una compañera siempre, pero siempre, iniciaba con la pregunta: ¿qué trajiste? En otro trabajo me tachaban de antisocial y decidí ir a comer a la mesa donde estaban todos. Me enojé con todos. Uno se quedó durmiendo, otro se puso audífonos para ver una película en el teléfono, otra se enfrascó en ver el TikTok y con la que me quedaba para platicar recién había salido de enfermar. Uno no es antisocial porque quiere, sino porque lo prefiere.
Desde hace poco nos “invitaron” a utilizar el espacio para colaboradores. Esta área está lejos del espacio donde puedan vernos los clientes. No sé si fue por estética o vergüenza, pero prefirieron dejarlo en la parte de atrás con un techo que hace el lugar más caliente que lo normal. Imagínense tomar una sopa al mediodía en esta área.
Yo, con mi paciencia asertiva, decidí hace unos meses comer en mi escritorio. Puedo ver Youtube, leer el periódico -si, todavía compran acá el diario- o escuchar música, pero me estoy arrepintiendo…. Mi jefe ya lo está haciendo.
Lo peor es que todos lo hicieron también. Cada uno en su escritorio, con sus audífonos y sus comidas. La oficina huele a food court de centro comercial. Solo salen quienes van a comprar sus tortillas o a comprar un almuerzo, pero de ahí en adelante: nadie.
¿Qué pasó acá? ¿Tenemos que estar esclavizados en un escritorio?¿No dejamos de trabajar en la hora del almuerzo?¿Estamos comiendo bien así? ¿Es sano?
Otra vez. Lo que hice fue hacer lo contrario. Ya vino la época fría y el área para colaboradores tiene un clima más agradable. Además, los empleados están comiendo en su escritorio. Yo estoy comiendo solo de nuevo y no en mi escritorio.
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