¿Y sus hijos cómo tratan a los animales?

Hay que detener a los niños maltrata animales.

Aun recuerdo el dolor que me ocasionó el palazo que me dí. Estaba en el jardín de la casa patronal de la finca, dispusimos jugar con mi hermanito Bat Base Ball. Como los vampiros mordían a las vacas, dispusimos, en nuestra estupidez imberbe, matarlos. La manera era precisamente con un palo. Era la primera entrada, mi hermano al pitcheo y yo al bate. Tomó el vampiro, desorientado por la luz del día, y lo lanzó hacia mí en globito. Yo tomé impulso, y cuando dispuse acertar el golpe, no sé cómo el palazo terminó en mi sien. Está demás decir que la temporada terminó en ese instante y, riendo en nuestra estupidez, no volvimos a lastimar a un animal. Llamémoslo justicia poética. El único que terminó herido fue el animal que quería matar el vampiro. Digamos que a la mala aprendí una lección maravillosa.

Avanzo el calendario 23 años en el futuro. Estoy leyendo en la sala, ignorando el desempleo con las palabras de Lovecraft cuando me percato que Yuki, la husky de casa, que dicho sea de paso goza de muchos privilegios, le ha dado por ladrar cada vez que ve a un niño. Esto no es habitual. Quienes conviven con esta raza de perro saben que aúllan o gruñen, son muy pocos para ladrar, a menos que estén molestos.

Salí en silencio a ver qué sucedía, y un vecinito le lanzaba tapitas. Luego de cuatro lanzamientos, el niño se dio cuenta que era observado y salió corriendo. Decidí salir de casa, acercarme al niño y tener una conversación -no una gritada o humillación como en su momento me tocó, debo aclarar. Lo encontré con su marita, otros cuatro niños, y le preguntó qué por qué lo hacía. Si se daba cuenta en cuánto daño podría ocasionarle a la perra si esta mordisqueara una; o peor aún, si se sale de casa, solo para darle una mordida en su nalguita. La mitad de los niños rió y la otra se quedó callada, estoy seguro que estaban dimensionando mis palabras. No volvieron a molestar.

Pero la semana pasada, escuché a otro niño que le gritaba, y Yuki gruñía de emoción. El menor le traía un gato para que Yuki lo matara, magullara, no sabemos, le traía una ofrenda. El niño ignoraba que en casa también hay gata, y aunque Yuki y Matilde no actúan como hermanas, se respetan. El punto es que al ver al gato, Yuki solo quería jugar con él, y no triturarlo en sus fauces como el niño quizá quería.

Decepcionado, tomó al cachorro y al ver a mi hermana dijo, “no sé de quien es este gato. Me lo voy a llevar”. Solo nos queda esperar que haya un adulto cerca y que sepa reducirlo al orden. Al final, quien maltrata a un animal, maltrata a un niño.

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