Eduardo Villalobos

Miguel Ángel Asturias, el desconocido

Infinita memoria al Gran Lengua.


Eran los años veinte y un joven chapín de clase media se comía el París donde todo se estaba fundando. Se llamaba Miguel Ángel, y llevaba consigo las visiones portentosas de las cocineras indígenas de la Salamá de su infancia. Le retumbaban en las sienes las hablas de su pueblo, las urbanas y las del mundo rural. Pero también arrastraba la negación del origen, un provinciano sentido de superioridad frente al otro. Por eso había escrito poco antes una tesis tristemente famosa. Lamentablemente esas visiones no han sido superadas en su país un siglo después, mientras que Asturias (ese era su apellido), las venció en vida, con su compromiso y su escritura.


Este joven, en ese París del surrealismo que le mostró el camino ulterior de su obra, se dio cuenta de que no era un europeo, de que no era blanco, sino un mestizo. Alguien que provenía de muchos ríos que desembocaban en un torbellino refulgente y poderoso. Desde entonces se dedicó a transformar los retumbos de su sangre en textos de una inusitada expresividad, en ecos de un lenguaje que se construyó con nosotros.


Primero fueron esas historias de aparecidos que poblaron las noches de la memoria. Esos poemas-sueños que Paul Valéry celebró rotundamente. Luego fue la construcción de una inmensa ventana que nos develó la irracionalidad de las dictaduras sociales y económicas, los verdaderos rostros de la expoliación y la muerte. También elaboró una radiografía certera de la Guatemala de sus recuerdos. Nos legó textos fundamentales para entendernos, para comprender nuestra historia y nuestras taras.


Pero sus más deslumbrantes luciérnagas se encuentran en esos torrentes de palabras que son Hombres de maíz y Mulata de tal. Hermosos murales de la compleja realidad guatemalteca. Intensos poemas narrativos donde la palabra estalla, la imaginación explota y los sueños son apenas el reverso de otros sueños.


Lástima que Asturias sea un desconocido, un autor al que casi no se lee. En parte porque a los pobres estudiantes de secundaria se les enfrenta con su lenguaje de una manera sosa y académica y como es natural terminan odiándolo. En parte porque otros escritores y críticos (con poses de sesudos intelectuales) se empeñan en olvidarlo, en superarlo, dicen. De alguna manera el lenguaje de Asturias se agotó con él mismo (imitarlo sería un error), pero las puertas que abrió siguen abiertas. Son un umbral que puede llevarnos al futuro.


Pienso en todo esto porque en 2023 se cumplen 49 años de su partida. Infinita memoria al Gran Lengua.

 

 

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