Eddy roma

El señor de la librería  

En conmemoración del centenario de Miguel Ángel Vásquez.

Llega casi todas las tardes a la librería Central, situada en la tercera avenida entre séptima y sexta calles de la zona uno. A veces se aparece más temprano de permitírselo su labor en la Editorial Óscar de León Palacios, donde se documenta acerca del tae kwon do y el esoterismo budista, las grandezas y las miserias de la astrología, o el amor en la poesía guatemalteca, para teclear a máquina los libros de la colección «Para que todo el pueblo lea», destinada al fomento de la lectura entre la gente común. También escribe los artículos que entrega a la redacción del periódico vespertino La Hora acerca de sucesos de actualidad, los libros que acaba de leer y los recuerdos de sus viajes por Europa y América del Sur.

            Los compradores lo toman por el dueño de la librería, aunque no se atreven a consultarle los precios porque lo ven muy serio y le tienen más confianza a Rudy, el mero propietario. A veces llegan estudiantes a preguntar si sacan fotocopias, venden hojas de papel bond tamaño carta y cuadernos de ochenta hojas con líneas. Otros clientes se acercan a las estanterías donde se encuentran las novelas Los Buddenbrook y La montaña mágica del alemán Thomas Mann, divididas en dos tomos por la editorial Plaza y Janés al rebasar las 400 páginas de extensión. Lo mismo sucede con el Ulises de James Joyce, publicado por el sello Bruguera.

            No se imaginan que el señor de la librería escribe poesía desde la adolescencia, fue secretario de Miguel Ángel Asturias y las palabras se le revelaron en la niñez, cuando saludó a una de sus tías con un dístico que sorprendió a cuantos lo escucharon. Tampoco saben —y la verdad no tienen por qué saberlo— que ahí cerca, frente al Palacio Nacional, recibió una medalla de oro de manos del presidente Juan José Arévalo Bermejo como ganador del primer premio del certamen hispanoamericano convocado en 1945 para conmemorar el primer aniversario de la revolución ganada el 20 de octubre de 1944. El galardón lo obtuvo con el poema titulado «Cuatro instantes de la Revolución», estructurado a la manera de una pieza coral, una pintura de Roberto Ossaye o una película que demanda la participación de centenares de extras; el tercer movimiento empieza así:

 

Revolución

La ráfaga de acero palpita en la palabra:

diez letras en las venas igual que llamaradas.

 

Revolución

La sangre ya enrojece la música del alba

comprada por las vidas que siega la metralla.

 

Revolución

El máuser tiene un gesto siniestro de guadaña

para arrancar raíces de fuerza y amenaza.

 

Revolución

Viene el bramar profundo que anuncian las granadas

y se derrama el odio que esconden las murallas.

 

Revolución

Furia en la voz, en el alma, en la mirada,

la juventud sin miedo hacia el peligro avanza.

 

            Menos aún sospechan que el señor de la librería perteneció al grupo de artistas y escritores jóvenes Saker Ti, palabras que significan «amanecer» en lengua cakchiquel. Todos estuvieron ligados a la divulgación de las conquistas sociales debidas al gobierno del profesor Arévalo y continuadas por el coronel Jacobo Árbenz Guzmán. Admiró sin regateos los versos escritos por la quetzalteca Olga Martínez Torres, la única mujer del grupo: «Todos nos fascinamos con los poemas de aquella muchacha menudita, linda y gentil. Hoy puedo afirmar que su lirismo sereno es como un rumor de violines en la sonrisa del viento […] En su poesía hay el despertar de un nuevo acento, en cuya frescura se transparenta el aire conmovido de la libertad».

El señor de la librería estuvo en la defensa del Palacio Nacional cuando ocurrió la asonada del 18 de julio de 1949, combatiendo durante tres días a los militares de línea sublevados contra Arévalo; asistió a las discusiones que demandaban compromiso de parte del artista donde intervinieron Luis Cardoza y Aragón, Otto-Raúl González, Raúl Leiva y Huberto Alvarado. En artículo publicado el 27 de abril de 1950 en el Diario de Centro América escribió: «Proclamo la necesidad de un arte de tendencia, de clase. Y al propugnar por un arte donde se encuentre el factor decisivo de nuestras aspiraciones, no hago sino propugnar por un arte ceñido a la más estricta realidad reivindicadora al factor hombre del cual se irradia la legítima fuerza de todo cuanto existe sobre la tierra».


            También acotó:

 

He de aclarar que cuando me refiero a un arte de tendencia, no lo hago con la intención de supeditar al artista hacia determinado partido o clase dominante. Para mí, debe ser producto de una absoluta sinceridad y no de la imposición de grupo alguno. Ni creo en el arte por el arte, ni en la consigna para el artista. Creo, sí, en el arte para el hombre, aquel que combate firmemente por la libertad en todos sus aspectos y se arma contra las injusticias que limitan al ser humano manteniéndole en miserables condiciones de atraso.

 

La caída del gobierno de Árbenz ocurrida el 27 de junio de 1954 sorprendió al señor de la librería en el Cono Sur, donde formaba parte de las misiones diplomáticas enviadas a buscar apoyo de los gobiernos de Chile, Argentina y Uruguay contra el acoso de Estados Unidos. Atrás dejó su biblioteca con libros autografiados por el poeta chileno Pablo Neruda y el novelista venezolano Rómulo Gallegos, invitados a visitar la nueva Guatemala. La reacción destruyó la Casa de la Cultura fundada por el grupo Saker Ti; la casi totalidad de los ejemplares del libro Plegarias en grito, donde incluyó su poesía social escrita entre 1939 y 1945, ardió en la hoguera junto a las demás publicaciones tildadas de «comunistas».

Adelante estaban su labor periodística en Montevideo, su reencuentro con Miguel Ángel Asturias en Buenos Aires, sus poemas fechados en La Paz y Arica. Conoció al uruguayo mayor Juan Carlos Onetti: afirmó que le escuchó leer fragmentos de la novela El astillero años antes de que se publicara en 1961. Pablo Neruda lo reconoció entre los periodistas que fueron a entrevistarlo recién llegado al Uruguay para presentar sus Odas elementales: «Al poetilla lo conozco desde los tiempos de Ubico, un dictador de Guatemala. Le llamo así, poetilla, porque es el término cariñoso con que lo trata mi gran amigo Miguel Ángel Asturias».

El señor de la librería aprovechó la ocasión para entregarle su libro La furia colectiva, que nunca circuló en Guatemala por fustigar al régimen dirigido por Carlos Castillo Armas. Esa misma noche, en acto público, subió a darle un ramo de claveles rojos en nombre de los guatemaltecos residentes en la Banda Oriental. Neruda lo presentó ante el auditorio como «un joven poeta de Guatemala, de los que sacaron al mundo, junto con su talento, la dignidad de su patria».

«Recibí, asustado, el aplauso de las ochenta mil personas que repletaban el estadio cerrado del Club Peñarol y tuve que leer las Décimas para patriotas, requerido por Neruda», escribió a máquina muchos años después. El nombre de Guatemala alcanzó la resonancia que no volvió a tener en la parte sur del continente, salvo para dar cuenta de los desastres naturales, la violencia contra la población civil y la voracidad de los funcionarios públicos elegidos por el voto popular cada cuatro años:

 

Le canto a la tierra mía

la del quetzal y las flores,

la tierra de mis amores

que hoy sufre la tiranía.

La que su soberanía

perdiera a golpes de bala,

donde hoy la sangre resbala,

derramada por el mismo

traidor que al imperialismo

vendiera a mi Guatemala.

 

A comienzos de 1960 se le garantizó su regreso al país. «Debía embarcarme en Valparaíso en una nave italiana, el transatlántico Antoniotto Uso di Mare. Pero antes dispuse despedirme de mis más queridos amigos. Visité a Salvador Allende, en el Partido Socialista; a Nicanor Parra, en la Biblioteca Nacional, y a Pablo Neruda en su refugio marino de la Isla Negra. Me movilizaba a bordo de un automóvil con chofer, gentileza de un grato amigo que era senador de la República», recordó. También disfrutó de la amistad del poeta Antonio de Undurraga, dueño de extensos viñedos cultivados en el valle central de Chile. En casa de Undurraga escribió el poema «Elogio de la uva» incluido en la antología Poesía de guatemaltecos en 1960:

 

De su vocablo rojo

en que un dios diminuto y fiel proclama

sus terrenales lámparas de aroma,

con su pulida pulpa melodiosa;

como pequeño pájaro redondo

entre carnal efluvio de dulzura,

llega a mis sentidos deslumbrados

el rumoroso mundo de la uva.

 

Su nombre aparece en el consejo consultivo de la revista Alero, publicada por la Universidad de San Carlos de Guatemala, según el primer número fechado en septiembre de 1970. Se dedica a la crítica de cine y teatro: despedaza sin contemplaciones a la taquillera película Love Story y acepta que El Submarino Amarillo «sin poseer, tampoco, una originalidad a toda prueba, sin ser una obra definitiva, tiene el gran mérito de ser un film de animación conforme las verdaderas posibilidades del género». Coincide en la oficina con Margarita Carrera, José Mejía, Marco Antonio Flores y Arnoldo Ramírez Amaya. No intimará con ellos.

Da los toques finales a su novela La semilla del fuego, cuya elaboración le toma tres décadas y finaliza justo al amanecer del 20 de octubre de 1944. Se publica hasta 1976 y la nominan al Quetzal de Oro, premio concedido al mejor libro del año por la Asociación de Periodistas de Guatemala; declaran el certamen desierto porque uno de los competidores amenaza con mandar a ametrallar la sede de la institución si no se lo entregan. Su hijo mayor se une a la guerrilla y muere en combate; a finales de siglo evocará su memoria en el libro Laurel de sombra. Su esposa Aurora Rosada fallece en 1980; dos años después le dedica los poemas reunidos en el libro A media agua del sueño.

Ahora se acelera el paso del tiempo para llegar al mes de agosto de 1993. El señor de la librería acaba de cumplir 71 años y su madre aún vive, tiene 95. No lo considera meritorio: cuando alguien se admira, le dice sereno que su mamá ya está hecha un vegetalito. Cierto día le recomienda a un estudiante de diversificado que compre el libro donde se reúnen los trabajos ganadores de los primeros juegos florales de nivel medio convocados el año anterior por la Escuela Normal Rural Doctor Pedro Molina.

A la siguiente semana se le acerca el estudiante a mostrarle que el cuento merecedor del tercer lugar fue copiado desde la primera letra hasta el punto final de un relato publicado en uno de los libros que regalan los testigos de Jehová. Ahí se refiere la historia de un niño llamado Yempi, quien enloquece tras perderse de noche en el bosque. Le muestra ambos textos, el cotejo es irrefutable: premiaron a un cuento plagiado. «Se lo voy a decir a Óscar», dice el señor de la librería.


 Óscar es Óscar de León Castillo, gerente-propietario de la Editorial Óscar de León Palacios; el estudiante utilizó todos sus libros de texto en la primaria. Y el señor de la librería le comenta que estuvo en el jurado de la rama de poesía. Le muestra su nombre al pie del acta: Miguel Ángel Vázquez. El estudiante se admira: a veces compra su ejemplar de La Hora para entretenerse en la camioneta que lo lleva de regreso a Amatitlán, donde reside; ha leído los artículos de don Míguel, como le dice de ahí en adelante. Puede pasar a buscarlo en la editorial, queda cerca de los campos de la Roosevelt.

En los años que le quedan a Miguel Ángel Vázquez está la concesión del Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias a finales de 1995; se lo prometió su amigo el poeta Iván Barrera antes de entregar su cargo como ministro de Cultura y Deportes. Da los toques finales a su novela El clérigo vagabundo, basada en las andanzas del alquimista Paracelso; algunos fragmentos escandalizan a la poeta Gloria Antonieta Sagastume; le afirma al joven escritor German Albornoz Pellecer que «le hablará a Óscar para que no publique ese libro». Don Míguel no piensa publicar su novela con Óscar de León Palacios: planea hacerlo con Siglo xxi Editores. «Yo cargué al dueño de la editorial», comenta. Se refiere a Rodrigo Asturias Amado, hijo mayor de Miguel Ángel Asturias, fundador de Siglo xxi y más conocido como el comandante guerrillero Gaspar Ilom; don Míguel lo conoció de brazos. Al final saldrá con la editorial Palo de Hormigo, dirigida por el capitán de corbeta y licenciado Juan Fernando Cifuentes Herrera: será su último libro publicado en vida.

Tres de sus novelas (La semilla del fuego, Operación Iscariote y La llama sangrante) sólo pueden despertar el interés del estudioso de la literatura guatemalteca: presentan a revolucionarios impolutos enfrentados a imperialistas y vendepatrias. Son producto de su ideología y de su tiempo: Miguel Ángel Vázquez fue consecuente con ellos. Aunque Marco Antonio Flores le negó voz propia como poeta («su trabajo pareciera un largo poema sin transiciones, cambios de tono o desarrollo […] Vázquez domina el idioma, conoce su manejo, lo utiliza para la búsqueda obsesiva de una especie de belleza, pero su palabra poética se convierte en adorno, en un objeto de contemplación más que de transmisión de emociones», escribió en Poetas guatemaltecos del siglo xx), no se puede desdeñar a quien logró insertar uno de sus sonetos como oración distribuida en estampas (don Míguel se sintió complacido, su poesía había sido apropiada por el pueblo) y tuvo su manejo musical del verso como lo demostró en «Los pasos del solitario»:

 

Aunque me diga,

a solas, solamente,

que una espina

no daña el aire del espacio.

 

Aunque me diga,

a solas, solamente,

que el mundo está formado

de muchas soledades;

que todas juntas tienen

la vasta dimensión de un solo océano.

 

Aunque me diga,

solamente, a solas,

todo esto, cada día,

no lleno mi vacío con tu ausencia,

ni termina mi andar de solitario.

 

Aunque me diga,

solamente a solas,

que alguna vez encontraré tu rostro amado,

caigo en la noche, solo,

molécula fugaz,

así aferrado al último aire de tu risa,

solo, solamente cayendo

al íntimo contacto de tu imagen, solo,

en esta soledad que deposita

su martirio de estrellas en mis hombros.

 

Miguel Ángel Vázquez nació en el municipio de Concepción Las Minas, departamento de Chiquimula, el 9 de mayo de 1922; falleció en la Ciudad de Guatemala el 15 de octubre de 2010, a cinco días de cumplirse el 65 aniversario de su primer y más memorable triunfo literario. En otras circunstancias estaríamos conmemorando los cien años de su nacimiento; su obra se encuentra en la zona fantasma del olvido. «Modesto, apartado de los grupos generalmente oportunistas»: así lo definió el compilador no acreditado de la antología La poesía de la rebelión. Quizá ese comportamiento le jugó en contra; sólo queda esperar los encuentros fortuitos que deparan las ventas de libros usados. Le tengo gratitud por la atención que le prestó a mis primeros escritos; es mi maestro.

 

 

Fuentes

Estrella desterrada, Miguel Ángel Vázquez, Editorial José de Pineda Ibarra, 1970

La poesía de la rebelión, Editorial Óscar de León Palacios, 1994

Luz en el tiempo, Miguel Ángel Vázquez, Editorial Óscar de León Palacios, 1998

Mujeres que escriben poesía, prólogo, selección y notas de Miguel Ángel Vásquez, Editorial Óscar de León Palacios, 1996

Poetas guatemaltecos del siglo xx, Marco Antonio Flores, Bancafé, 2000

Poesía de guatemaltecos en 1960, Instituto Guatemalteco Americano, 1960

Preocupaciones, Huberto Alvarado, Ediciones Vanguardia, 1967

Suplemento Guatemala Adentro 1.2, revista Alero, Universidad de San Carlos de Guatemala, 1970

Última modificación Lunes, 09 May 2022 09:20
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