Ana Lucía Mendizábal Ruiz

Leer, comprar libros e ir a la Filgua

Comencé a leer cuando apenas tenía cuatro años.

No sé si fue una cuestión natural en mí o más bien, que mi mamá, quien no había tenido la oportunidad de ejercer su profesión de maestra de primaria, decidió volcar en mí su vocación. Pero bueno, le agradezco mucho que me abriera la puerta al mundo de la lectura bastante temprano.

Recuerdo un par de anécdotas de esos primeros años. Una de ellas es que cada fin de semana viajábamos de la colonia Primero de Julio a la zona 2 para visitar a mi abuelito materno. En el trayecto, que en ese entonces se hacía durante casi dos horas, yo aprovechaba mi recién adquirido aprendizaje para ir recitando en voz alta el contenido de cada uno de los carteles publicitarios que lograba divisar desde la ventana. No sé qué tan molesta pude haber sido para el resto de pasajeros, pero a mí me entretenía y no recuerdo que nadie me hiciera callar.

En una ocasión, acompañé a mi abuelito a una misa y en la entrada nos dieron el “Vid y Sarmientos” (La guía que la iglesia católica da para el seguimiento de la liturgia). Al parecer llegamos bastante temprano, porque antes de que comenzara la ceremonia religiosa, yo lo leí completo, y después le dije a mi abuelo: “yo ya terminé”.

En el colegio Mater Orphanorum, en donde cursé de primero a tercer grado, el primer libro que me dieron fue “Caminito de luz”, que me pareció aburrido, porque yo, para entonces, ya había comenzado a leer la colección de Selecciones de Reader’s Digest de mi abuelito.

En mi casa no se compraba literatura. Mi papá leía a diario el periódico y cada mes, el voceador llevaba también revistas como Buen Hogar, Vanidades, Ideas e incluso Cosmopolitan que mi mamá compraba.

Precisamente en una Vanidades leí unas buenas entrevistas a Christopher Reeve cuando se acababa de estrenar la primera película de “Superman”, a Bo Derek cuando se convirtió en un fenómeno con la cinta “10” y a Sofía Loren, a quien le celebraban su ya larga carrera. Además de la cobertura de las casas reales que causaban furor con sus primeros escándalos. Es decir, yo ya estaba bastante iniciada en la farándula desde mis años infantiles.

El primer libro que mi mamá me regaló, sin que me lo pidieran en la escuela fue “Corazón”, de Edmundo de Amicis. Tendría yo unos 10 años. A la secundaria entré cuando tenía 11 y ahí me enamoré, gracias a mi catedrático, el escritor José Luis Palma, de las fantásticas historias que contaba Virgilio Rodríguez Macal.

Para mí, que tenía una mente bastante infantil, las favoritas fueron “El Mundo del Misterio Verde” y “La mansión del Pájaro Serpiente”. Pocos años antes yo había visto la película “Fantasía” de Disney, y para mí era fácil imaginar las escenas que pintaba con su pluma Rodríguez Macal con la estética de la película estadounidense.

En básicos, también descubrí a Pepe Milla, Enrique Gómez Carrillo y por supuesto a Miguel Ángel Asturias. Con este último debo confesar que realmente más que un encuentro tuve un choque, porque sin duda, como después supe que suele suceder, mi mente demasiado inmadura no estaba preparada para sus “Leyendas de Guatemala”. Menos mal, años más tarde “limé asperezas” con el ganador del Premio Nobel gracias a “El Señor Presidente”, “Mulata de tal” y “Viento fuerte”. En segundo básico me aprendí de memoria las dos primeras páginas de “María”, de Jorge Isaac. Porque he de confesar que me atraía mucho el romance y era una adolescente muy cursi.

En las vacaciones después de cursar 3º. básico conocí a García Márquez. Por recomendación de una tía, mi mamá, mi hermana y yo leímos “La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada”. Entonces mi hermana y yo logramos que nos compraran “El amor en los tiempos del cólera” y “Cien años de soledad” y ambas los leímos en el transcurso de dos semanas.

Además de literatura, también me interesé en lo esotérico y espiritual. De esa cuenta resulté leyendo desde Antony de Mello hasta a Juan José Benítez. Siempre compré uno que otro libro, y con la llegada de mis sobrinas, también intenté hacerlas ingresar al mundo de la literatura. En sus primeros años les compraba al menos un libro cuando podía.

La manía lectora me llevó bastantes años, y gracias a que trabajé en secciones culturales me encontré con escritores guatemaltecos contemporáneos como Francisco Alejandro Méndez, Francisco Pérez de Antón, Javier Payeras, Arnoldo Gálvez Suárez, David Unger, Eduardo Halfon, Vania Vargas, Víctor Muñoz y un largo etcétera. Precisamente, por mi trabajo en periodismo vi nacer y he tenido la oportunidad de asistir y disfrutar de la Filgua.

En ocasiones tuve que ir a la carrera porque debía llegar a tiempo a algún cierre y otras veces sí me pude deleitar haciendo entrevistas, asistiendo a conversatorios, e incluso, cuando el presupuesto me lo permitió aproveché las ofertas.

Sin duda alguna, todo este recorrido, hoy lo hago, porque creo que vale la pena darse una vuelta por la feria que, este año se dedica al insigne Dante Liano y tiene como país invitado a El Salvador. Así que espero poder asistir entre el 6 y el 16 de julio y volver a experimentar ese ambiente lleno de cultura y esperanza que sin duda se instalará en el Fórum Majadas.

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