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Juan Carlos Oneti, un escritor hosco y lejano
Imagínese usted a un escritor que haya obtenido ya mucho prestigio y reconocimiento.
Es ya famoso, casi una leyenda. Pero en lugar de disfrutar de su fama y asistir a cocteles y conferencias, dar entrevistas, salir en los medios, decide encerrarse en una habitación durante años, echado en una cama, bebiendo whisky, fumando, leyendo. «¿Quién haría eso?», se preguntará seguramente. Pues lo hizo un uruguayo, nacido en 1909 y creador de uno de los universos narrativos más brillantes, más lúcidos, más desgarradores de los que se han construido en nuestra lengua y en todas las lenguas. No me crea usted a mí. Lea lo que sobre él han dicho críticos y escritores, pero sobre todo muchos lectores.
Lea El viaje a la ficción, de Mario Vargas Llosa, que celebra el trabajo de este señor retraído y lo analiza con una profundidad que el Nobel peruano perdió ya en sus novelas, acaso por andar saliendo con gente del jet set y la realeza, para acaparar portadas de la revista Hola. Pero esa es otra historia.
Pocos autores nos han mostrado con tanta coherencia y lucidez el verdadero sentido de la vocación literaria como ese uruguayo hosco a quien nombraban Juan Carlos Onetti. No solo porque creó un mundo redondo, asfixiante, nebuloso y claro llamado Santa María, donde viven y sufren sus personajes, sino porque logró modelar el lenguaje con una maestría poco frecuente, porque logró esconder en sus narrativas, en sus geniales historias, la incesante, maravillosa y triste búsqueda de ternura o calma o intensidad con que enfrentamos los seres humanos el mundo. Pero también porque jamás le interesó ser importante o famoso. Onetti solo quiso vivir y ser un escritor.
Así que desnúdese de prejuicios. Olvídese por un tiempo de los melodramas con muchas lágrimas y final feliz, deje a un lado esa filosofía de delfines y campos floreados, y sumérjase en ese mundo oscuro de sus libros, lleno de seres desdichados y tristes, pero que sueñan, a pesar de todo sueñan como nosotros. Saldrá recompensado, con mejores ojos, con una fortaleza y una mirada reconstituidas en el mejor sentido; es decir, en un sentido lleno de realidad.
Dicen que leer a Onetti no es fácil, y así parece serlo, en parte porque semejante maestría exige también mayor concentración, una mejor disposición, más tiempo. Pero, por lo menos para mí, el esfuerzo siempre ha valido la pena. Y este 1 de julio, en que cumpliría 114 años, el mejor regalo que podemos darle a su memoria, y a nosotros mismos, es leerlo con pasión, con rabia y con fe. Gracias por todo, querido JC.