ROMANTICISMO...

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ROMANTICISMO...

La veía con desprecio. Agarraba la botella de guaro y se ahogaba con ella. Maldecía, somataba la mesa con el puño, mientras sus ojos estaban inyectados en sangre, por el exceso de licor y la ausencia de sueño.

Refunfuñaba, caminaba de un lado a otro; mejor dicho, se tambaleaba cuando recorría la pequeña habitación de aquella casa que había sido de los dos.

El olor que emanaba de ese espacio sabía a cobre y en medio de ese insoportable entorno, gritaba cuando podía coordinar su boca con sus ideas desfallecientes.

Pensaba en ella, gemía, se relamía las heridas de aquel adiós que él no entendía.

Se le había ido, para siempre. No importaba ya qué tanto hiciera o dejara de hacer. Ella no era ya para él. Todo se había despedazado. Era más fácil reconstruir un alma de porcelana lanzada desde el décimo nivel, que esa historia.

Terminó arrodillado frente a la cama que ya se veía más grande con ese espacio que él sentía no iba a llenar jamás.

Se recostó en la pared. Cerró los ojos y ya no era dueño de su cuerpo ni de sus funciones. Se quedó dormido.

Ella abrió la puerta y lo vio. Le acarició el cabello que ya no era tanto sobre su cabeza. Sonrió casi con malicia. Pensó que esto era una muestra del amor y el romanticismo que su hombre le daba.

Lo había logrado, lo dejó hecho trizas, y sabiendo que él nunca más se levantaría. Cerró la puerta y salió pavoneándose, bella, excelsa, satisfecha.


UNA CANCIÓN...

Si solo sus ojos eran melodía para su ser, el resto de ella eran mil baladas de amor y entrega total.

Era esa mujer una composición fantástica que lo hacía volar y lo llevaba al infinito con tan solo verla.

¡Ja!, no digamos cuando tenía la oportunidad de rozar su piel. Sus dedos, su cabello.

Un remolino de emociones lo dominaba y le hacía levitar.

Bailaba, como en aquella vieja película (Bailando bajo la lluvia), colmado de felicidad.

Era ella un recuerdo, una posibilidad, un sueño, una oportunidad, una montaña rusa. Un columpio de cuando era niño y la vida le parecía hermosa y sin penas.

Su corazón se aceleró como uno de esos carros modificados para alcanzar velocidades increíbles en el tirón inicial, cuando le lanzó una mirada de complicidad.

Se limpió el sudor. Caminó hacia ella. Le dijo: me encantas. Ella se sonrojó, pero le lanzó un uppercut disfrazado de beso.

Sintió las piernas temblar. Ella lo vio de arriba a abajo y distinguió algo en él que la hizo esbozar una sonrisa. Su excitación era total, intensa.

Se le acercó al oído y le dijo, qué canción quieres. Un golpe matador. El génesis de una historia.

Última modificación Viernes, 29 Marzo 2024 12:47
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