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La estrategia del punto ciego
Hay sistemas que determinan nuestras vidas.
Su influencia es tal que condicionan la tranquilidad y el futuro. Dos de ellos son el educativo y el laboral. En ambos hay cualidades muy estimadas, a veces hasta la exageración. Hablo de la puntualidad y la disciplina, por ejemplo. Hablo de cómo se les considera valores trascendentes, por encima de otros, como la creatividad y el pensamiento divergente.
Es cierto que una persona puntual y disciplinada no tiene nada de malo; por el contrario, genera confianza y credibilidad. Pero para lograr ser así hay que generar todo un método, que se basa en la repetición y la rutina, en caminos predeterminados para llegar a metas predeterminadas. En un orden, que produce estabilidad pero no genera cambio. Y el cambio es fundamental en el mundo.
No estoy haciendo acá ninguna diatriba en contra de los disciplinados. La hago en contra de quienes detentan el poder con base en un sistema ordenado y sistemático. Dos ejemplos: el maestro que tiene en silencio a una clase trabajando, que premia al que es puntual y obediente y no al que es brillante o creativo; o el jefe que piensa que el mejor empleado es aquel que nunca llega tarde y es el último en irse a casa, aunque no aporte nada a la transformación o la mejora. Lo importante es que sea sumiso y manejable.
Ambos se basan en la inmovilidad —en el orden— de su gestión. Ambos suelen ser autoritarios y buscan un sistema que les dé seguridad, aunque esté basado en el miedo de los demás. Ninguno construirá de esa manera algo distinto. Y esto es muy triste si consideramos que es en la escuela donde se forman o se deforman los ciudadanos, que luego repiten en el ámbito laboral esa manera de estar en el mundo.
Pero ¿por qué tantos aceptan este sistema como válido y deseable? Pienso que es por temor a la incertidumbre. Hay quienes prefieren la medianía al riesgo, a la aventura. Es como vivir en un punto ciego, donde nadie te mire y desde donde podés acomodarte y pasar el frío y la noche.
Digo esto pensando en el arte, que nace precisamente de la incertidumbre y el caos. No hay estabilidad que sea buena para la creación, que huye de las convenciones y de la repetición. Todo debe ser nuevo para el artista y todo debe moverse. Por eso sus lenguajes y sus visiones responden al futuro. En el arte se produce la abolición del orden del mundo. Y por eso es necesario. Por eso nos ha dado siempre otros caminos.
Pero entonces me asalta una última pregunta: ¿Será por eso que en Guatemala se le valora tan poco, acostumbrados como estamos al autoritarismo y el miedo?
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