Ana Luisa Arévalo

De túmulo en túmulo

Hace algunos meses me mudé de casa, barrio y hasta departamento.

Ahora vivo en una pequeña aldea de mar, cuyo principal ingreso es el turismo de fin de semana que viene principalmente de la capital.
Y he aprendido algunas cosas.

Por el ejemplo, si no te gusta el calor. Este no es tu lugar, aquí se desayuna, almuerza y cena con unos 30 grados. Se suda hasta para respirar.
Los martes son los días más silenciosos.

Si llevas sombrilla a la playa lo más seguro es que compartas sombra con un perro. Andan libres, les gusta morder llantas de cuatrimoto, pedirte comida y jugar con sus amigos perros en la orilla del mar.

Mucha de la vida existe a la orilla de la carretera, allí se saluda, socializa y pasea, aparte de los asuntos normales de movilidad. Y eso es una circunstancia que a la hora de hablar de circulación y movilidad cambia las cosas.

El rechazo a los túmulos es generalizado en nuestra sociedad, todos nos quejamos y a todos nos duele hasta en el cuerpo escuchar el raspón que les hacen a la panza de nuestros carros.

Son causantes de accidentes y hasta son ilegales.

El asunto está que en un país donde está todo por hacer y todo falta, las economías de lugares como estos, una parte la sostiene el que para su carro y se baja a comprar la medida de mangos que la señora tiene exhibida en su guacal, una libra de camarones para llevar, los cocos fríos o las tortillas. Son en buena medida un signo y síntoma de una sociedad poco educada vialmente, y poco gobierno.

Pues no solo es que gente insensata se ponga a echar cemento así de la nada. Es que un túmulo para muchos representa también, un niño atropellado. La experiencia de la muerte o el peligro les lleva a tomar esas decisiones. No solo los niños son los que se ven lastimados, también los animales domésticos y salvajes terminan aplastados bajo la prisa perpetua de turistas, camioneros, repartidores, comerciantes, etc.

En mis paseos en bicicleta en los que voy de túmulo en túmulo, he podido contar decenas de restos resecos y planos, o frescos y aún sangrantes de lo solo un ratito antes fueron iguanas, tacuazines, ardillas, serpientes, pájaros, sapos, lagartijas, perros, gatos, gallinas, pollitos, patos, cerdos, etc.

Por docenas.

Si no se ven se huelen.

Si van de Monterrico a Hawái, casi sin excepción, un tramo siempre huele a carne en descomposición, de los animales que intentaron cruzar.
A veces veo a los zopes comiendo.

La multa ronda de los Q1,000 a Q5,000 por un túmulo. Me pregunto cómo se los cobrarán, si mucha gente aquí no tiene ni cuenta de banco.
Es interesante el debate que un bodoque de cemento, arena y piedrín atravesado en el asfalto puede generar. Todo lo que nos puede decir de nosotros como sociedad.

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