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LETRAS ETERNAS
No serán las últimas palabras, ni piezas de tinta dedicadas a tu memoria. Te lo juro.
MADRE
Me bebí tu amor a sorbos, porque lentamente se disfrutan los mejores vinos. Vi cómo tu intranquilidad se fue diluyendo entre mis manos convirtiéndose en una felicidad que yo aún no conozco. Creí que al cruzar la línea tu rostro estaría marchito y otra vez, como muchas veces, me sorprendiste. Se me quedó grabada tu imagen, esa última línea trazada en tus labios, esa sonrisa tan tuya.
No fui hecho para ser el rey en el que me convertiste, yo debía ser tu esclavo; yo solo era parte de tu vida, y tú me hiciste el eje central de tu existencia. Tú cambiaste tu vida por la mía, le diste sentido a mi camino y, como siempre, yo primero y tú después. No puedo dejar de pensar en tu cuerpo dolido, en tus manos agrietadas, en tu esencia gastada por la enfermedad, por la tristeza, por la desmedida pero amorosa e incondicional entrega.
Vi diluirse tu mirada ante la mía, tomé tu mano, te hablé y, como siempre, estuviste pendiente de mi llegada. Pero igual me hiciste entender que la batalla llegaba a su final y que ahora, tan solo ahora, dejarías que esos últimos instantes fueran exclusivos para ti.
Te tomaste el descanso que te merecías, tu cansancio se lo llevó el viento, tus penas la tenue lluvia de ese doloroso lunes de marzo, tus virtudes y defectos me los quedo yo, son mi herencia, mi vida; tu amor, el temple con el cual voy para encarar la vida.
Me pesa y siempre me pesará tu ausencia, pero, “¿quién te dijo que te fuiste?, si cargaste con el cuerpo, pero no con el recuerdo, y el recuerdo está conmigo”.
Estoy, te lo juro, maltrecho por tu adiós y finjo ser fuerte, pero eso lo sabes, ¿cómo podrías no saberlo? Pero entonces vuelvo a ti y comprendo que tenías que abrirnos la brecha. Pasar tú primero.
Dejaste que bebiera tu amor a sorbos, que saboreara las delicias de tenerte. Gracias por todo y por lo mucho que siempre diste e hiciste de más. Eternamente.
MARÍA
Acabó viniéndose en avión. Fue lo suficientemente loca y soñadora que dejó sus cosas en el sur y se vino al calor chapín. Los pies se me helaban de nervios. Unos días antes solo era un ícono de melodías atoradas en mi mente, en mi interior y esta vez acechaba mi coraza bajando de un pájaro de metal, con su sonrisa eterna, con su cuerpo menudito, maleta en mano; y yo, con una metáfora en el vientre, cual mariposas escandalizadas.
Ella durmió conmigo, y yo con ella. Dormimos.
Por la mañana, una sarta de papeles nos acompañó hacia nuestros destinos. Se quedó enamorada del paisaje y yo de ella. Su palabrerío no finalizaba y, a cada kilómetro recorrido, sus ojitos oscuros se querían escapar y elevarse para verlo todo, completamente todo.
Caminó por la piedra antigüeña; se regocijó con el lago, ese que se jacta en las faldas de Sololá. Y aprendió que la San Carlos tiene murales con historias para descifrar. Conoció el safari chapín y aprendió a subir cada vez más la mirada para terminar de ver la arquitectura de Tikal Futura y de la inclemente cantidad de estructuras concretizadas.
Yo, la verdad, no la entendía, no alcancé a medir el grado de asombro que experimentó.
Lo mío era maravillarme con ella. Con su hablar extraño, con esas cositas que se te van quedando clavadas en el alma. Porque hay a quienes nos provoca más un detalle que una pieza completa.
Cuando se fue, se fue con todo. Me quedé atornillado al vidrio del aeropuerto y el pájaro se la llevó de vuelta.
María volvió dos veces más, y una cuarta. La definitiva. Se alojó en mi vida y luego partió de ella. Le dolió no sé qué. Nunca me dijo, nunca se lo pregunté.
Hoy la he intentado sacar de mi mente, de mi historia, pero me marcó a fuego. El café me la recuerda constantemente, y esa chumpa rojinegra de Atlanta. Las fotos, las cartas.
Hoy, sus ojos siguen siendo los mismos de antes, sus sueños son mucho más reales, sus metas están en otra parte. Por supuesto, así como ella, ambos llegamos ahora a distintos puertos.
Ella ancló en otra parte, lo mismo yo.
Ella vino del sur, maleta bajo el brazo, y a mi se me helaban los pies. El frío, los nervios, qué sé yo.
OPRESIÓN
Guatemala se agita; tiene elevada la presión, alterados los nervios, entumecida la sociedad. ¿Se le puede llamar sociedad?
El entorno chapín es una vorágine de incertidumbres, contrariedades e ironías. En el tumulto el grupo sigue sufriendo de todo cuanto uno se puede imaginar
¿Yo? También.
Veo las noticias, leo las notas y todo empeora. La gasolina cara, la muerte campea por todos lados, la intolerancia nos acribilla de día, de tarde, de noche.
Ahora nada se soluciona hablando (como la gente); hoy por hoy la bala pesa, cuesta menos, y es difícil de identificar. Quizá por eso el guatemalteco no se queja ya de los precios altos, de los malos servicios, por ejemplo en el IGSS, de ese montón de plata que pagamos por ese monstruo de mil cabezas, corrupto y deshumanizado. Cuánta plata se va entre los dedos como agua. Prefiero otro lugar que el IGSS.
Bueno, eso es una parte del implacable paso de la democracia local. Atiborrada de insatisfacciones, incumplimientos. Y resulta que ahora ya empiezan las campañas proselitistas a generarse la imagen deseada para volver a hacernos caer.
Cuesta creer... ¿no?
no cuesta creer porque es evidente que hacia donde camina esta nación no tiene razón. Los líderes están más manchados que un tigre. Si es que se les puede llamar así, o será que apenas son unos arribistas que ven en la politiquería una universidad de acomodo, crecimiento y enriquecimiento a manos llenas.
Y mientras yo escribo esto, habrá muchos pensando cómo transar con la riqueza chapina, con el pisto del que paga sus impuestos.
Lo que nos queda entonces, es estar atentos, por lo menos, a que la intolerancia no nos alcance y pegue un balazo por llevar el volumen del carro demasiado alto (por decir algo de lo mucho que nos consume la tranquilidad), porque por lo menos de lo caro que es todo ahora, aún podemos sobrevivir.
LETRAS ETERNAS
Del calendario se diluyen los últimos trozos de 2007. Se van terminando los sueños que no pude cumplir y se viene un tormento de nuevos que pretendo hacer realidad. Trato de ir paso a paso, creyendo que no soy inmortal.
Me acurruco entre las sábanas. No quiero despertarme y sentir el frío de la mañana, ni ver el sol, ni nada de eso. Pero debo hacerlo. Camino los pasos debidos y me cuesta aceptarlo.
Miles de imágenes tuyas se encargan de romper el silencio; los sonidos incesantes de tu esencia sufriendo mi ataque certero, y yo soñando con llegar a la luna, retozando en el caudal subterráneo que devora mi ser, coincidiendo en el mismo destino.
El invierno se hace largo, pero intermitente. Es un poco como tú, como el sigue y el detente de Arjona. Quiero arrebatarte la ropa y las manos planean convertirse en dos mantos que cubren tu piel, pinceles para dibujar mensajes que solo son para dos.
Te tomo entre mis brazos y me sacudo la ironía de la piel. Veo el pasado y lamento que mis letras no sean armas, y las palabras disparos al raciocinio de nadie.
Te amo tanto que me duele verte como te veo, saber que hacia donde vas, y yo con vos, es un futuro incierto.
No serán las últimas palabras, ni piezas de tinta dedicadas a tu memoria. Te lo juro. No importa el lugar en el que te encuentres, son tuyas.
Me desvelo pensando en estos ojos tuyos tan eternos; como esas nubes que forman figuras en el cielo, cual trozos de algodón destinados a perturbar, como tus manos traviesas, la silenciosa tranquilidad de mi existir.
Retrocedo miles de años y vulnero mi ser con recuerdos, con rostros que son páginas de un libro que no termino de escribir. Las letras que elijo para tal faena son caricias y millones de besos.
Unas, inocentes, las más, irreverentes, subversivas, peligrosas, cual explosión en las horas pico.
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