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Memoria (2001)

Memoria (2001)

El cambio en la vida de Fernando estaba a una llamada telefónica.

 ¿Cuánto hay que pagar?
-No sé. Pero si somos puntuales en las cuotas, terminamos de pagar en cuatro años-.
¿Qué incluye el servicio?
-La cripta, lápida y servicio vitalicio de limpieza-.
¡Qué considerados! El viernes me pagan, entonces para el lunes creo tener ya el dinero.
Entonces el martes te llamo o paso a tu trabajo.
Claro, como querrás, nos vemos.

A Fernando apenas y le alcanzaba para pagar sus deudas como para tener otra. Pero era necesario, la muerte no anunciaba y no fuera ser el diablo el causante de que la muerte visitara a su padre en cualquier momento. El respeto a su padre, o el agradecimiento que le tenía por ser uno de los causantes de que él estuviera en este mundo, lo obligaba a meterse en otra deuda. Como la ley no lo podía encarcelar por moroso, siempre tenía la opción de declararse en bancarrota. El bochorno que le causaría este acto no le importaba. Además, de ser publicado su nombre como moroso en el periódico oficial, lo tenía sin cuidado. Sabía que de ser así, no sería el único en aparecer en la plana.

"No debo preocuparme, de seguro, de todos los deseos que se le piden a Dios, por lo menos uno ha de cumplir al año. Tal vez este o el otro, o el otro, me toque a mí”. Eso era lo que Fernando decía cada vez que le llegaba una cuenta de atraso. Un día como cualquier otro de sus días monótonos, a Fernando le llegó una carta. El remitente era la universidad, en ella le informaban ser el ganador de un premio el cual lo exoneraba de cualquier deuda para con la alma mater, desde el pago más atrasado, hasta la cuota actual. No muy convencido, fue a la facultad a certificar el anuncio.

Al preguntar, el decano de la carrera quisó hablar con él para felicitarlo y desearle éxitos en la carrera. Ese mismo día en su apartamento, el que heredó de su abuelo quien estipuló en el testamento que tenía prohibido venderlo, recibió una llamada. Era de la empresa eléctrica, esta le decía que le reinstalarían la luz, y que sus deudas habían sido borradas del sistema. Luego la empresa telefónica, el agua y el prestamista. Así una a una le fueron levantadas las deudas, por sorteos o premios en los cuales no había participado. Fernando no entendía lo que pasaba.

De ser una broma sería capaz de matar al bromista. El problema es que no conocía a nadie que supiera tanto de él como para jugar con sus deudas. Pero Fernando seguía sin creer. Después de un tiempo, cuando ya se consideraba un ciudadano productivo, un ser sin deudas pensó: "Después de todo, Dios sí escucha".

El teléfono sonó de nuevo, despertó a Fernando. Abrió los ojos y escuchó por el auricular: ¿Fernando?, soy yo tu hermano, papá murió.

 

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