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En ocho episodios el Pingüino se convierte en la serie del año

En ocho episodios el Pingüino se convierte en la serie del año

Cine y televisión apenas y logran respirar aire limpio luego de décadas sumergidos en antagonistas genéricos e infantiles (como la mayoría de los villanos de Marvel). Pero este año el Pingüino, saca la casta de DC y Batman. Viene, ve y cambia la historia del servicio streaming y se convierte en un recordatorio crudo de los tiempos afilados en que vivimos. Hasta 2018, el cine de cómic lo tenían cooptado Ironman y sus amiguitos pero luego salió Joker y arrasó en cartelera, crítica y se posicionó en el cine, nació el meme: “suelten al payaso”. Ese 2019 fue insuperable hasta ahora que, en 2024, “soltaron al Pingüino”. Joker 2 fue un asco, pero ese es otro tema.

Entonces, regresamos a Gotham para conocer el ascenso de un villano mezquino que refleja los miedos de esta época: “no lograré nada material en la vida”. Este personaje se erige como un reflejo oscuro, incluso atemorizante, de un mundo donde las palabras afiladas y los gestos calculados son tanto armas como escudos: no hay dinero, armas o superpoderes, lo único a la mano es el poder de la palabra hablada.

Este Pingüino mostró en los ocho episodios que no es simplemente otro tipo malo con un plan de dominación barata. No. En cada episodio lo vemos contra las cuerdas, y su astucia para torcer la realidad. Esculpe mentiras al paso en busca de una salida, nos golpea en las entrañas. Este personaje, en la interpretación memorable de Colin Farrell, nos enseña que la genialidad del villano contemporáneo radica en la capacidad de manipular, en saber colocar el anzuelo emocional justo donde más duele, por eso es que Colin ganará en la temporada de premios, es irreconocible. No vemos aquí al villano obcecado y malvado por naturaleza, sino a uno egoísta y calculador que despierta un temor y un respeto retorcido en el espectador. Es el tipo de personaje con el que sabes que nunca debes meterte, una lección de cómo las palabras pueden ser tan peligrosas como las balas. Él le arrebatará a la sociedad el trono que le han negado y del que cree ser merecedor se adaptará a cualquier cambio.

Cada capítulo revela una faceta más de su habilidad para manipular desde las sombras, enfrentar a enemigos y aliados, en una interpretación tan inteligente que hace sentir que todo es cuestión de suerte o habilidad, dependiendo de cuánto queramos racionalizar su aparente omnisciencia del pensamiento humano. Porque sí, hay algo casi divino en su manera de ganar; cuando crees que caerá, él emerge, una vez más, intacto, victorioso, el cuerno de la abundancia lo bendice, pero claro, no será gratis. Se le ve calculador y frío, y en ningún momento el espectador siente empatía; en lugar de comprenderlo o perdonarlo, uno lo rechaza, lo teme. Te repugnará incluso cuando conocés su faceta de niño.

Es esta falta de piedad y la búsqueda insaciable de poder lo que lo conecta con figuras legendarias del mal y del panteón DC marca Batman. Pero hay una diferencia: él es un villano de su tiempo, un espejo de la desconfianza y el oportunismo que marcan nuestros días. Producto de una sociedad que le da la espalda a quien no nació en cuna de oro. No necesitamos que nos adviertan sobre los peligros de este personaje; su sola presencia recuerda, a gritos, que uno debe elegir bien sus compañías y no confiar a ciegas. Porque, después de todo, el peor enemigo no es el que te enfrenta, sino el que te usa y luego te deja caer. Este pingüino… claro que no vuela, pero se arrastra muy bien entre las sombras. 

Confirmo lo que dije hace ocho semanas, la interpretación de Farrell le dará un Golden Globe, o debería. Lo mismo para Cristin Milioti, ¡tremenda villana! que de la nada llega a la serie y hace lo suyo. Llegás a dudar de quién vencerá en este encuentro entre personas peligrosas, en barrios sin ley. Sofía Gigante (Milioti) está a la altura en estrategía y crueldad pero al final… confiarse es el error que la llevará a la ruina.

Cierro con Vic (Rhenzy Feliz) al final, este personaje es el espectador. Nos representa, en el juego del “y si… me meto en las aguas del crimen” pues así resultaríamos. No hay honor entre ladrones, pero Vic no lo sabe. La serie no podía terminar de otra manera, y este cordero expiatorio nos recuerda que no debemos jugar con fuego. Una serie redonda que no deben tocar. Ahí que quede, terminó muy bien. 

El Pingüino que siempre merecimos: brutal, frío y aspiracional

 

 

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